viernes, 31 de octubre de 2008

¡Que Bello es Vivir! (Video completo de la película en ingles)

Una de las mejores películas navideñas de todos los tiempos es ¡Que Bello es Vivir! de Frank Capra de 1946.

Con las interpretaciones de James Stewart, Donna Reed y Lionel Barrimore esta película es el clásico navideño por excelencia.

El argumento es bien sencillo:

George Bailey es un padre de familia que dirige una empresa que concede créditos a gente pobre. En vísperas de navidad, su tío Billy pierde ocho mil dólares de la compañía, lo que coloca a la empresa al borde de la quiebra.

Bailey decide suicidarse pero Clarence, un ángel de segunda fila que hace méritos para conseguir sus alas, es enviado a la Tierra para impedir el suicidio

No se la vayan a perder


martes, 28 de octubre de 2008

Receta del Turrón Navideño (España)

El turrón es un dulce típico que nunca falta en las mesas navideñas españolas

Es un dulce de tradición mediterránea elaborado con frutos secos (almendras, nueces, piñones), tostados o no, y miel, materias primas a las que habría que añadir una tercera introducida por los árabes en el mundo occidental: el azúcar.

Veamos como prepararlo:

Ingredientes:

1 kilo miel de romero
500 g azúcar
2 claras de huevo
1.500 g almendras
1 limón

Preparación

Caliente a fuego lento la miel en una cacerola hasta que se evapore todo el agua.

Añada el azúcar y mezcle con una cuchara de madera


Bata la clara del huevo a punto de nieve y añada la mezcla de miel y azúcar.

Mezcle sin parar durante 8-12 minutos y luego ponga sobre fuego lento hasta que la mezcla empiece a acaramelarse (el color se hace marrón)

Añada las almendras a la mezcla con la piel rallada de un limón. Mezcle bien y deje enfriar durante unos minutos

Vierta la mezcla en moldes de madera o metal forrados con papel de cocina

Después de 2 horas y media el turrón estará listo.

Una vez que esté completamente frió, hay que coloque los trozos en un recipiente hermético.

lunes, 27 de octubre de 2008

Karaoke Navideño - El Tamborilero

Una de las costumbres más agradables de la navidad es el cantar los hermosos villancicos navideños, en especial los que resaltan a nuestro Señor Jesucristo.

Uno de los más famosos, es "El Tamborilero", escrito en 1957 por Katherine K. Davis. Henry Onorati and Harry Simeone como "The Little Drummer Boy", y popularizado en español por Raphael en los años sesenta.

La letra cuenta la historia apócrifa de un pobre muchacho que como no puede permitirse un regalo para el niño Jesús, toca su tambor para el recién nacido con la aprobación de su madre María. Milagrosamente, el bebé, aunque era un recién nacido, parecía comprender y sonreirle al niño en agradecimiento.

Aquí les dejo el karaoke para que puedan cantar esta canción:


domingo, 26 de octubre de 2008

El Regalo Navideño Más Grande


La Navidad es un tiempo de amor porque celebramos que Dios nos amó primero y nos dio el regalo más grande de todos, a Su Hijo Jesucristo.

El Creador del universo se encarnó, se hizo hombre para venir al mundo y morir por nosotros, y de ese modo al recibirlo como Señor y Salvador podamos recibir la vida eterna.

Como dijo el profeta Isaías: "Un Niño nos es nacido, un Hijo nos es dado". Recibió como nombre Emanuel, que significa "Dios con nosotros", este nombre maravilloso profetizado por Isaías y anunciado por el ángel Gabriel, pero que es conocido sólo por los aquellos que le hemos entregado nuestro corazón.

En el Evangelio podemos conocer el amor de Dios por nosotros. Como dice en Primera de Juan 3:16: “En esto conocemos el amor de Dios en que El dio Su vida por nosotros".

Es por es que el ángel anunció a los pastores: “Os traigo buenas nuevas de gran gozo que será para todo el pueblo."

La Navidad es una buena noticia. El Hijo de Dios vino y murió por nuestros pecados para que podamos ser perdonados y nacer de nuevo como hijos de Dios.

¿Es una Buena Noticia para nosotros? ¿Hemos olvidado el significado de la Navidad? ¿Recordamos a Cristo con amor y gratitud en esta época?

Este 24 recordemos el verdadero regalo de navidad; a Jesucristo, a quien Dios envió por nosotros. Hagamos una celebración de verdadera adoración a Dios, de una fe viva que confiesa que Jesús es nuestro Señor.

Hay algo más que debemos entender; la navidad no solo es solamente un hecho histórico que sucedió en el pasado; es una experiencia personal que vivimos. Es una relación personal con Dios por el hecho de haber recibido a Jesús como Señor y Salvador. La Biblia dice en Romanos 10:9: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo"; y en Primera de Juan 5:11-12: "Este es el testimonio que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en Su Hijo; el que tiene al Hijo tiene la vida y el que no tiene al Hijo no tiene la vida”.

Es una relación personal con Dios que empieza con nuestra decisión de creer en Cristo y recibir como nuestro Señor y Salvador.

La Navidad debe significar para nosotros que hemos recibido ese regalo más grande de todos, a Jesucristo en nuestros corazones y que estamos viviendo para Él.

Por eso te invito a que hoy día recibas ese regalo tan grande, solo haz esta oración y acepta a Jesús como tu señor y Salvador:

Padre Dios,
te doy gracias por ese regalo tan maravilloso que me has dado,
y decido recibirlo hoy,
acepto a Jesús como mi Señor y Salvador.
Gracias por entrar en mi corazón. Amen.

Cuento de Navidad - Capítulo 5 - Conclusión

V- Conclusión:

¡Sí! Y la columna de cama era suya: La cama era la suya, el cuarto era el suyo. y, lo mejor y más venturoso de todo, ¡el tiempo venidero era suyo, para poder enmendarse!

-Viviré en el pasado, en el presente y en el porvenir -repitió Scrooge, saltando de la cama-. Los Espíritus de los tres no se apartarán de mí. ¡Oh, Jacob Marley! ¡Benditos sean el cielo y la fiesta de Navidad: ¡Lo digo de rodillas, Jacob, de rodillas!

Se encontraba tan animado y tan encendido por buenas intenciones, que su voz desfallecida apenas respondía al llamamiento de su espíritu. Había sollozado con violencia en su lucha con el Espíritu y su cara estaba mojada de lágrimas.

-¡No se las han llevado -exclamó Scrooge, estrechando en sus brazos una de las cortinas de la alcoba-, no se las han llevado, ni tampoco las anillas! Están aquí. Yo estoy aquí. Las imágenes de las cosas que podían haber ocurrido pueden desvanecerse. Y se desvanecerán, lo sé.

Sus manos se ocupaban continuamente en palpar sus vestidos; los volvía del revés, ponía lo de arriba abajo y lo de abajo arriba, los desgarraba, los dejaba caer, haciéndoles cómplices de toda clase de extravagancias.

-¡No sé lo que hago!-exclamó Scrooge riendo y llorando a la vez y haciendo de sí mismo con sus medías una copia perfecta de Laocoonte-. Estoy ligero como una pluma, dichoso como un ángel, alegre como un escolar, aturdido como un borracho. ¡Felices Pascuas a todos! ¡Felíz Año Nuevo a todo el mundo! ¡Hurra! ¡Viva!

Había ido a la sala dando brincos, y allí estaba entonces sin aliento.

-¡Aquí está la cacerola con el cocimiento! --gritó Scrooge entusiasmándose de nuevo y danzando alrededor de la chimenea-. ¡Esa es la puerta por donde entró el Espectro de Jacob Marley! ¡Ese es el rincón donde se sentó el Espectro de la Navidad Presente! Esa es la ventana por donde vi los Espíritus errantes! ¡'I'odo está en su sitio, todo es verdad, todo ha sucedido! ¡Ja, ja, ja!

Realmente, para un hombre que no la había practicado por espacio de muchos años, era una risa espléndida, la risa más magnífica. el padre de una larga, larga progenie de risas brillantes.

-No sé a cuánto estamos -dijo Scrooge--. No sé cuánto tiempo he estado entre los Espíritus. No sé nada. Soy como un niño. No me importa. Me es igual. Quisiera ser un niño. ¡Hurra! ¡Viva!

Le interrumpieron sus transportes de alegría las campanas de las iglesias, con los más sonoros repiques que oyó jamás. ¡Tín, tan! ¡Tin, tan! ¡Tin, tan! ¡Oh, magnífico, magnífico!

Corriendo a la ventana, la abrió y asomó la cabeza. Nada de bruma, nada de niebla; un frío claro, luminoso, jovial; un frío que al soplar hace bailar la sangre en las venas; un sol de oro, un cielo divino; un aire fresco y suave, campanas alegres. ¡Oh, magnifico, magnífico!

-¿Qué día es hoy? --gritó Scrooge, dirigiéndose a un muchacho endomingado, que quizá se había detenido para mirarle.

-¿Eh? -replicó el muchacho lleno de admiración.

-¿Qué día es hoy, hermoso? -dijo Scrooge. -¿Hoy! -repuso el muchacho-. ¡Toma, pues, el día de Navidad!

-¡El día de Navidad! -se dijo Scrooge-. ¡No ha pasado todavía! Los Espíritus lo han hecho todo en una noche. Pueden hacer todo lo que quieren. Pueden, no hay duda. Pueden, no hay duda. ¡Hola, hermoso!

-¡Hola! -contestó el muchacho.

-¿Sabes dónde está la pollería, en la esquina de la segunda calle? -inquirió Scrooge.

-¡Claro que sí!

-¡Eres un muchacho listo! -dijo Scrooge--. ¡Un muchacho notable! sabes sí han vendido el hermoso pavo que tenían colgado ayer? No el pequeño, el grande.

-¿Cuál? ¿Uno que era tan gordo como yo? -replicó el muchacho.

-¡Qué chico tan delicioso? -dijo Scrooge-. Da gusto hablar contigo. ¿Sí, hermoso?

-Todavía está colgado -repuso el muchacho . -¿Sí? -dijo Scrooge-. Ve a comprarlo. -¡Qué bromista! -exclamó el muchacho. -No, no -dijo Scrooge-. Hablo en serio. Ve a comprarlo y di que lo traigan aquí, que yo les diré dónde tienen que llevarlo. Vuelve con el mozo y te daré un chelín. Si vienes con él antes de cinco minutos, te daré media corona.

El muchacho salió como una bala. Habría necesitado una mano muy firme en el gatillo el que pudiera lanzar una bala con la mitad de la velocidad.

-Voy a enviárselo a Bob Cratchit -murmuró Scrooge. frotándose las manos y soltando la risa. No sabrá quién se lo envía. Tiene dos veces el cuerpo de Tiny Tim. ¡Joe Miller no ha gastado nunca una broma como ésta de enviar el pavo a Bob!

A1 escribir las señas no estaba muy firme la mano; pero, de cualquier modo, las escribió Scrooge y bajó la escalera para abrir la puerta de la calle en cuanto llegase el mozo de la pollería. Hallándose allí aguardando su llegada, el llamador atrajo su mirada.

-¡Le amaré toda mi vida! -exclamó Scrooge, acariciándole con la mano-. Apenas le miré antes. ¡Qué honrada expresión tiene en la cara! ¡Es un llamador admirable!... Aquí está el pavo. !Viva! ¿Hola! ¡Cómo estáis? !Felices Pascuas!

¡Era un pavo! Seguramente no había podido aquel volátil sostenerse sobre las patas. Se las habría roto en un minuto como sí fueran barras de lacre.

-¡Qué! No es posible llevarlo a cuestas hasta Camden-Town -dijo Scrooge-. Tenéis que tomar un coche.

La risa con que dijo aquello, y la risa con que pagó el pavo, y la risa con que pagó el coche, y la risa con que dio la propina al muchacho, únicamente fueron sobrepasadas por la risa con que se sentó de nuevo en su butaca, ya sin aliento, y siguió riendo hasta llorar.

No le fue fácil afeitarse, porque su mano seguía muy temblorosa, y el afeitarse requiere tranquilidad, aun cuando no bailéis mientras os entregáis a tal ocupación. Pero si se hubiera cortado la punta de la nariz se habría puesto un trozo de tafetán inglés en la herida y habríase quedado tan satisfecho.

Vistíóse con sus mejores ropas y se lanzó a las calles.

La multitud se precipitaba en aquel momento, como la vio yendo con el Espectro de la Navidad Presente, y al marchar con las manos en la espalda, Scrooge miraba a todo el mundo con una sonrisa de placer. Parecía tan irresistiblemente amable, en una palabra, que tres o cuatro muchachos de buen humor dijeron: "¡Buenos días, señor! ¡Felices Pascuas, señor!" Y Scrooge dijo más tarde muchas veces que, de todos los sonidos agradables que oyó en su vida, aquellos fueron los más dulces para sus oídos.

No había andado mucho, cuando vio que se dirigía hacia él el corpulento caballero que había ido a su despacho el día anterior, diciendo: "¿Scrooge y Marley, si no me equivoco?" Un dolor agudo le atravesó el corazón al pensar de qué modo le miraría el anciano caballero cuando se encontraran; pero vio el camino que se presentaba recto ante él, y lo tomó.

-Querido señor -dïjó Scrooge, apresurando el paso y tomando al anciano caballero las dos manos-. ¿Cómo estáis? Espero que ayer habrá sido un buen día para vos. Es una acción que os honra: ¡Felices Pascuas, señor!

-¡El señor Scrooge?

-Sí -dijo éste-, tal es mi nombre, y temo que no os sea agradable. Permitid que os pida perdón. ¿Y tendríais la bondad?... (Aquí Scrooge le cuchicheó al oído. )

-¡Bendito sea Dios! -gritó el caballero, como si le faltara el aliento-. Querido señor Scrooge, ¿habláis en serío?

-Sí no lo tomáis a mal ---dijo Scrooge-. Nada menos que eso. En ello están incluidas muchas deudas atrasadas, os lo aseguro. ¿Me haréís ese favor?

--Querido señor -dijo el otro, estrechándole las manos-. No sé cómo alabar tal muni...

-Os ruego que no digáis nada -interrumpió Scrooge-. Id a verme. ¿Iréis a verme?

-¡Iré! -exclamó el anciano caballero. Y se veía claramente que pensaba hacerlo.

-Gracias --dijo Scrooge-. Os lo agradezco mucho. Os doy mil gracias. ¡Adiós!

Estuvo en la iglesia, recorrió las calles y contempló a la gente que iba presurosa de un lado a otro, dio a los niños palmaditas en la cabeza, interrogó a los mendigos, miró curiosamente las cocinas de las casas y luego miró hacia las ventanas. y notó que todo le producía placer. Nunca imaginó que un paseo -una cosa insignificante- pudiera hacerle tan feliz. Por la tarde dirigió sus pasos a casa de su sobrino.

Pasó ante la puerta una docena de veces antes de atreverse a subir y llamar a la puerta. Por fin lanzóse y llamó:

-¿Está en casa vuestro amo, querida? -preguntó Scrooge a la muchacha. ¿Guapa chica, en verdad? -5í, señor.

-¿Dónde está, preciosa? ---dijo Scrooge.

-En el comedor, señor; está con la señora. Haced el favor de subir conmigo.

--Gracias. El señor me conoce -repuso Scrooge, con la mano puesta ya en el picaporte del comedor-. Voy a entrar, hija mía.

Abrió suavemente y metió la cabeza ladeada por la puerta entreabierta. El matrimonio hallábase examinando la mesa (puesta como para una comida de ga1a), pues los jóvenes amos de casa. siempre se cuidan de tales pormenores y les agrada ver que todo está como es debido.

-¿Fred? -dijo Scrooge.

¿Cielos? ¿Cómo se estremeció su sobrina política. Scrooge olvidó por el momento que la había visto sentada en un rincón, con los pies en el taburete: si no, no se habría atrevido a entrar de ningún modo.

-¡Dios me valga! -gritó Fred~. ¿Quién es? -Soy yo. Tu tío Scrooge. He venido a comer. ¿Me permites entrar, Fred?

-¡Permitirle entrar!

Por poco no le arranca un brazo para introducirle en el comedor. A los cinco minutos se hallaba como en su casa. No era posible más cordialidad. La sobrina imitó a su marido. Y lo mismo hizo Topper cuando llegó. Y lo mismo la hermana regordeta cuando Ilegó. Y lo mismo todos los demás cuando llegaron. ¡Admirable reunión, admirables entretenimientos, admirable unanimidad, ad-mi-ra-ble dicha!

Pero Scrooge acudió temprano a su despacho a la mañana siguiente. ¡Oh, muy temprano! ¡Si él pudiera llegar el primero y sorprender a Cratchít cuando llegara tarde! ¡Aquello era lo único que le preocupaba!

¡Y lo consiguió, vaya sí lo consiguió! El reloj dio las nueve. Bob no llegaba. Las nueve y cuarto. Bob no llegaba. Bob se retrasaba ya dieciocho minutos y medio. Scrooge se sentó, dejando su puerta de par en par, a fin de verle cuando entrase en su mazmorra. Habíase quitado Bob el sombrero antes de abrir la puerta y también la bufanda. En un instante se instaló en su taburete y se puso a escribir rápidamente, como si quisiera lograr que fuesen las nueve de la mañana..

-¿Hola! -gruñó Scrooge, imitando cuanto pudo su voz de antaño-. ¿Qué significa que vengáis a esta hora?

-Lo siento mucho, señor ---dijo Bob-. Ya sé que vengo tarde.

--¡Tarde! -repitió Scrooge-. Sí. Creo que venís tarde. Acercaos un poco, haced el favor.

-Es solamente una vez al año, señor --dijo Bob tímidamente, saliendo de la mazmorra-. Esto no se repetirá. Ayer estuve un poco de broma, señor.

-Pues tengo que deciros, amigo mío --dijo Scrooge-, que no estoy dispuesto a que esto continúe de tal modo. Por consiguiente -añadió, saltando de su taburete y dando a Bob tal empellón en la cintura que le hizo retroceder dando traspiés a su cuchitril-. ¡por consiguiente. voy a aumentaros el sueldo!

Bob tembló y dirigióse adonde estaba la regla, sobre su mesa. Tuvo una momentánea intención de golpear a Scrooge con ella, sujetarle los brazos, pedir auxilio a los que pasaban por la calleja,. para ponerle una camisa de fuerza.

-¡Felices Pascuas, Bob! -dijo Scrooge, con una vehemencia que no admitía duda y abrazándole al mismo tiempo-. Tantas más felices Pascuas os deseo, Bob, querido muchacho, cuanto que he dejado de felicitaros tantos años. Voy a aumentaros el sueldo y a esforzarme por ayudaros a sostener a vuestra familia: y esta misma tarde discutiremos nuestros asuntos ante un tazón de ponche humeante, Bob. ¡Encended las dos lumbres: id a comprar otro cubo para el carbón antes de poner un punto sobre una i, Bob Cratchit!

Scrooge hizo más de lo que había dicho. Hizo todo e infinitamente más: y respecto de Tíny Tim, que no murió, fue para él un segundo padre. Se hizo tan buen amigo. tan buen maestro y tan buen hombre, como el mejor ciudadano de una ciudad, de una población o de una aldea del bueno y viejo mundo. Algunos se rieron al verle cambiado; pero él les dejó reír y no se preocupó, pues era lo bastante juicioso para saber que nunca sucedió nada bueno en este planeta que no empezara por hacer reír a algunos: y comprendiendo que aquéllos estaban ciegos, pensó que tanto vale que arruguen los ojos a fuerza de reír, como que la enfermedad se manifiesta en forma menos atractiva. Su propio corazón reía, y con eso tenía bastante.

No volvió a tener trato con los aparecidos, pero en adelante tuvo mucho más con los amigos y con la familia, y siempre se dijo que, si algún hombre poseía la sabiduría de celebrar respetuosamente la fiesta de Navidad, ese hombre era Scrooge.

¡Ojalá se diga con verdad lo mismo de nosotros, de todos nosotros! Y también, como hacía notar Tiny Tim, ¡Dios nos bendiga a todos!

FIN

sábado, 25 de octubre de 2008

Cuento de Navidad - Capítulo 4 - El último de los tres Espíritus

IV- El último de los tres Espíritus

El Fantasma se aproximaba con paso lento, grave y silencioso. Cuando llegó a Scrooge, éste dobló la rodilla, pues el Espíritu parecía esparcir a su alrededor, en el aire que atravesaba, tristeza y misterio.

Le envolvía una vestidura negra, que le ocultaba la cabeza, la cara y todo el cuerpo, dejando solamente visible una de sus manos extendida. Pero, además de esto, hubiera sido difícil distinguir su figura en medio de la noche y hacerla destacar de la completa obscuridad que la rodeaba.

Reconoció Scrooge que el Espectro era alto y majestuoso cuando le vio a su lado, y entonces sintió , que su misteriosa presencia le llenaba de un temor solemne. No supo nada más, porque el Espíritu ni hablaba ni se movía.

-¿Estoy en presencia del Espectro de la Navidad venidera? -dijo Scrooge.

El Espíritu no respondió, pero continuó con la mano extendida.

-Vais a mostrarme las sombras de las cosas que no han sucedido, pero que sucederán en el tiempo venidero ---continuó Scrooge-, ¿no es así, Espíritu?

La parte superior de la vestidura se contrajo un instante en sus pliegues, como si el Espíritu hubiera inclinado la cabeza. Fue la sola respuesta que recibió.

Aunque habituado ya al trato de los espectros, Scrooge experimentó tal miedo ante la sombra silenciosa, que le temblaron las piernas y apenas podía sostenerse en pie cuando se disponía a seguirle. El Espíritu se detuvo un momento observando su estado, como si quisiera darle tiempo para reponerse.

Pero ello fue peor para Scrooge. Estremecióse con un vago terror al pensar que tras aquella sombría mortaja estaban los ojos del Fantasma intensamente fijos en él, y que, a pesar de todos sus esfuerzos, sólo podía ver una mano espectral y una gran masa negra.

-¡Espectro del futuro ---exclamó-, .os tengo más miedo que a ninguno de los espectros que he visto! Pero como sé que vuestro propósito es procurar mi bien y como espero ser un hombre diferente de lo que he sido, estoy dispuesto a acompañaros con el corazón agradecido. ¿No queréis hablarme?

Silencio. La mano seguía extendida hacia adelante.

-¡Guiadme! -dijo ,Scrooge-. ¡Guiadme! La noche avanza rápidamente, y sé que es un precioso tiempo para mí. ¡Guiadme, Espíritu!

El Fantasma se alejó igual que había llegado. Scrooge le siguió en la sombra de su vestidura, que según pensó, levantábale y llevábale con ella.

Apenas pareció que entraron en la ciudad, pues más bien se creería que ésta surgió alrededor de ellos, circundándolos con su propio movimiento. Sin embargo, hallábanse en el corazón de la ciudad, en la Bolsa, entre los negociantes, que marchaban apresuradamente de aquí para allá, haciendo sonar las monedas en el bolsillo, conversando en grupos, mirando sus relojes, jugando pensativamente con sus áureos dijes, etc, como Scrooge les había visto con frecuencia.

El Espíritu se detuvo frente a un pequeño grupo de negociantes. Observando Scrooge que su mano indicaba aquella dirección, se adelantó para escuchar lo que hablaban.

-No -decía un hombre grueso y alto, de barbilla monstruosa-; no sé más acerca de ello; sólo sé que ha muerto.

-¿Cuándo ha muerto? -inquirió otro.

-Creo que anoche.

-¡Cómo! ¿Pues qué le ha ocurrido?- preguntó un tercero, tomando una gran porción de tabaco de una enorme tabaquera-. Yo creí que no iba a morir nunca.

-Sólo Díos lo sabe -dijo el primero bostezando.

-¿Qué ha hecho de su dinero? -preguntó un caballero de faz rubicunda con una excrescencia que le colgaba de la punta de la nariz y que ondulaba como las carúnculas de un pavo.

-No lo he oído decir --dijo el hombre de la enorme barbilla bostezando de nuevo-. Quizá se lo haya dejado a su sociedad. A mí no me lo ha dejada, es todo lo que sé.

Esta broma fue acogida con una carcajada general.

-Es probable que sean modestísimas las exequias -dijo el mismo interlocutor-, pues, por mi vida, no conozco a nadie que asista a ellas. ¿Vamos a ír nosotros sin invitación?

-No tengo inconveniente. si hay merienda -observó el caballero de la. excrescencia en la nariz-, pero si voy tienen que darme de comer.

Otra carcajada.

-Bueno; después de todo, yo soy el más desinteresado de todos vosotros -dijo el que habló primeramente-. pues nunca gasto guantes negros ni meriendo; pero estoy dispuesto a ir si alguno viene conmigo. Cuando pienso en ello, no estoy completamente seguro de no haber sido su mejor amigo, pues acostumbrábamos detenernos a hablar siempre que nos encontrábamos. ¡Adiós, señores!

Los que hablaban y los que escuchaban se dispersaron, mezclándose con otros grupos. Scrooge los conocía. y miró al Espíritu en busca de una explicación.

El Fantasma deslizóse en una calle. Su dedo señalaba a dos individuos que se encontraron. Scrooge escuchó de nuevo, pensando que allí se hallaría la explicación.

También a aquellos hombres los conocía perfectamente. Eran dos negociantes riquísimos y muy importantes. Siempre se había ufanado de ser muy estimado por ellos, desde el punto de vista de los negocios, se entiende, estrictamente desde el punto de vista de los negocios.

-¿Cómo estáis? -dijo uno. -¿Cómo estáis? -replicó el otro.

-Bien --dijo el primero-. A1 fin el viejo tiene lo suyo, ¿eh?

-Eso he oído -contestó el otro-. Hace frío. ¿verdad?

-Lo propio de la época de Navidad. Supongo que no sois patinador.

-No, no. Tengo otra cosa en que pensar. ¿Buenos días!

Ni una palabra más. Tales fueron su encuentro, su conversación y su despedida.

A1 principio estuvo Scrooge a punto de sorprenderse de que el Espíritu diese importancia a conversaciones tan triviales en apariencia; pero, íntimamente convencido de que debían tener un significado oculto, se puso a reflexionar cuál podría ser. Apenas se les podía suponer alguna relación con la muerte de Jacob, su viejo consocio, pues ésta pertenecía al pasado, y el punto de partida de este Espectro era el porvenir. Ni podía pensar en otro inmediatamente relacionado con él a quien se le pudiera aplicar. Pero como, sin duda, a quienquiera que se le aplicaren, encerraban una lección secreta dirigida a su provecho, resolvió tener en cuenta cuidadosamente toda palabra que oyera y toda cosa que viese, y especialmente observar su propia imagen cuando apareciera, pues tenía la esperanza de que la conducta de su futuro ser le daría la clave que necesitaba para hacerle fácil la solución del enigma.

Miró a todos lados en aquel lugar buscando su propia imagen; pero otro hombre ocupaba su rincón habitual, y aunque el reloj señalaba la hora en que él acostumbraba estar allí, no vio a nadie que se le pareciese entre la multitud que se oprimía bajo el porche.

Ello le sorprendió poco, sin embargo, pues había resuelto cambiar de vida: y pensaba y esperaba que su ausencia era una prueba de que sus nacientes resoluciones empezaban a ponerse en práctica.

Inmóvil, sombrío, el Fantasma permanecía a su lado con la mano extendida. Cuando Scrooge salió de su ensimismamiento, imagínóse, por el movimiento de la mano y su situación respecto a él, que los ojos invisibles estaban mirándole fijamente, y le recorrió un escalofrío.

Dejaron el teatro de los negocios y se dirigieron a una parte obscura de la ciudad, donde Scrooge no había entrado nunca, aunque conocía su situación y su mala fama. Los caminos eran sucios y estrechos; las tiendas y las casas, miserables; los habitantes, medio desnudos, borrachos, mal calzados, horrorosos. Callejuelas y pasadizos sombríos, como otras tantas alcantarillas, vomitaban sus olores repugnantes, sus inmundicias y sus habitantes en aquel laberinto de. calles; y toda aquella parte respiraba crimen, suciedad y miseria.

En el fondo de aquella guarida infame había una tienda bajísima de techo, bajo el tejado de un sobradillo, donde se compraban hierros, trapos viejos, botellas, huesos y restos de comidas. En el interior, y sobre el suelo, se amontonaban llaves enmohecidas. clavos, cadenas. goznes, limas, platillos de balanza, pesos y toda clase de hierros inútiles. Misterios que a pocas personas hubiera agradado investigar se ocultaban bajo aquellos montones de harapos repugnantes, aquella grasa corrompida y aquellos sepulcros de huesos. Sentado en medio de sus mercancías, junto a un brasero de ladrillos viejos, un bribón de cabellos blanqueados por sus setenta años, defendido del viento exterior con una cortina fétida compuesta de pedazos de trapo de todos colores y clases colgados de un bramante, fumaba su pipa saboreando la voluptuosidad de su apacible retiro.

Scrooge y el fantasma llegaron ante aquel hombre en el momento en que una mujer cargada con un enorme envoltorio se deslizaba en la tienda. Apenas había entrado, cuando otra mujer, cargada de igual modo, entró a continuación; seguida de cerca por un hombre vestido de negro desvaído, cuya sorpresa no fue menor a la vista de las dos mujeres que la que ellas experimentaron al reconocerse una a otra. Después de un momento de muda estupefacción, de la que había participado el hombre de la pipa, soltaron los tres una carcajada.

-¿Que la jornalera pase primeramente? -exclamó la que había entrado al principio-. La segunda será la planchadora y el tercero el hombre de la funeraria. Mirad, viejo Joe, qué casualidad. ¡Cualquiera diría que nos habíamos citado aquí los tres!

-No podíais haber elegido mejor sitio -dijo el viejo quitándose la pipa de la boca-. Entrad a la sala. Hace mucho tiempo que tenéis aquí la entrada libre, y los otros dos tampoco son personas extrañas. Aguardad que cierre la puerta de la tienda. ¡Ah, cómo cruje! No creo que haya aquí hierros más mohosos que sus goznes, así como tampoco hay aquí, estoy .seguro, huesos más viejos que los míos. ¡Ja, ja! Todos nosotros estamos. en armonía con nuestra profesión y de acuerdo. Entrad a la sala, entrad a la sala.

La sala era el espacio separado de la tienda por la cortina de harapos. El viejo removió la lumbre con un pedazo de hierro procedente de una barandilla, y después de reavivar la humosa lámpara (pues era de noche) con el tubo de la pipa, se volvió a poner ésta en la boca.

Mientras lo hizo, la mujer que ya había hablado arrojó el envoltorio al suelo y se sentó en un taburete en actitud descarada, poniéndose los codos sobre las rodillas y lanzando a los otros dos una mirada de desafío.

-Y bien, ¿Qué? ¿Qué hay, señora Dilber? -dijo la mujer-. Cada uno tiene derecho a pensar en sí mismo. ¡El siempre lo hizo así!

-Es verdad, efectivamente --dijo la planchadora-. Más que él, nadie.

-¿Por qué, pues, ponéis esa cara, como si tuvierais miedo, mujer? Supongo que los lobos no se muerden unos a otros.

-¿Claro que no! -dijeron a la vez, la señora Dilber y el viejo-. Debemos esperar que sea así. -Entonces, muy bien -exclamó la mujer-.

Eso basta. ¿A quién se perjudica con insignificancias como éstas? No será el muerto, me figuro.

-¡Claro que no¡ -dijo la señora Dilber riendo. -Si necesitaba conservarlas después de morir, el viejo avaro --continuó la mujer-, ¿por qué no ha hecho en vida lo que todo el mundo? No tenía más que haberse proporcionado quien le cuidara cuando la muerte se lo llevó, en vez de permanecer aislado de todos al exhalar el último suspiro.

-Nunca se dijo mayor verdad -repuso la señora Dílber-. Tiene lo que merece.

-Yo desearía que le ocurriera algo más -replicó la mujer-; y otra cosa habría sido, podéis creerme, si me hubiera sido posible poner las manos en cosa de más valor. Abrid ese envoltorio, Joe, y decidme cuánto vale. Hablad con franqueza. No tengo miedo de ser la primera, ni me importa que lo vean. Antes de encontrarnos aquí, ya sabíamos bien, me figuro, que estábamos haciendo nuestro negocio. No hay nada malo en ello. Abrid el envoltorio, Joe.

Pero la galantería de sus amigos no lo permitió, y el hombre del traje negro desvaído, rompiendo el fuego, mostró su botín. No era considerable: un sello o dos, un lapicero, dos botones de manga, un alfiler de poco valor, y nada más. Todas esas cosas fueron examinadas separadamente y avaluadas por et viejo, que escribió con tiza en la pared las cantidades que estaba dispuesto a dar por cada una, haciendo la suma cuando vio que no había ningún otro objeto.

-Esta es vuestra cuenta ---dijo-, y no daría un penique más, aunque me quemaran a fuego lento por no darlo. ¿Quién sigue?

Seguía la señora Dilber. Sábanas y toallas, servilletas, un traje usado, dos antiguas cucharillas de plata, unas pinzas para azúcar y algunas botas. Su cuenta le fue hecha igualmente en la pared.

-Siempre doy demasiado a las señoras. Es una de mis flaquezas, y de ese modo me arruino -dijo el viejo-. Aquí está vuestra cuenta. Si me pedís un penique más, o discutís la cantidad, puedo arrepentirme de mi esplendidez y rebajar medía corona.

-Y ahora deshaced mi envoltorio, Joe -dijo la primera mujer.

Joe se puso de rodillas para abrirlo con más facilidad, y después de deshacer un gran número de nudos; sacó una pesada pieza de tela obscura.

-¿Cómo llamáis a esto? -dijo-. Cortinas de alcoba.

-¿Ah! -respondió la mujer riendo e inclinándose sobre sus brazos cruzados-. ¡Cortinas de alcoba! -No es posible que las hayáis quitado. con anillas y todo, estando todavía sobre el lecho -dijo el viejo.

-Pues sí -replicó la mujer-. ¿Por qué no? -Habéis nacido para hacer fortuna -dijo el viejo- y seguramente la haréis.

-En verdad os aseguro, Joe -replicó la mujer tranquilamente-, que cuando tenga a mi alcance alguna cosa, no retiraré de ella la mano por consideración a un hombre como ése. Ahora, no dejéis caer el aceite sobre las mantas.

-¿Las mantas de él? -preguntó Joe.

-¿De quién creéis que iban a ser? -replicó la mujer-. Me atrevo a decir que no se enfriará por no tenerlas.

-Me figuro que no habrá muerto de enfermedad contagiosa. ¿eh? -dijo el viejo suspendiendo la tarea y alzando los ojos.

-No tengáis miedo -replicó la mujer-. No me agradaba su compañía hasta el punto de estar a su lado por tales pequeñeces, si hubiera habido el menor peligro. ¿Ah! Podéis mirar esa camisa hasta que os duelan los ojos, y no veréis en ella ni un agujero ni un zurcido. Esa es la mejor que tenía y es una buena camisa. A no ser por mí, la habrían derrochado.

-¿A qué llamáis derrochar una camisa? -preguntó Joe.

--Quiero decir que, seguramente, le habrían amortajado con ella -replicó la mujer, riendo-. Alguien fue lo bastante imbécil para hacerlo, pero yo se la quité otra vez. Sí la tela de algodón no sirve para tal objeto, no sirve para nada. Es a propósito para cubrir un cuerpo. No puede estar más feo de ese modo que con esta camisa.

Scrooge escuchaba este diálogo con horror. Conforme se hallaban los interlocutores agrupados en torno de su presa, a la escasa luz de la lámpara del viejo: le producían una sensación de odio y de disgusto, que no habría sido mayor aunque hubiera visto obscenos demonios regateando el precio del propio cadáver.

-¡Ja, ja! -rió la misma mujer cuando Joe, sacando un talego de franela lleno de dinero, contó en el suelo la cantidad que correspondía a cada uno-. No termina mal, ¿veis? Durante su vida ahuyentó a todos de su lado para proporcionarnos ganancias después de muerto. ¡Ja, ja, ja !

-¿Espíritu? ---dijo Scrooge, estremeciéndose de píes a cabeza-. Ya veo, ya veo. El caso de ese desgraciado puede ser el mío. A eso conduce una vida como la mía. ¡Dios misericordioso! ¿Qué es esto?

Retrocedió lleno de terror, pues la escena había cambiado y Scrooge casi tocaba un lecho: un lecho desnudo, sin cortinas, sobre el cual, cubierto por un trapo, yacía algo que, aunque mudo, se revelaba con terrible lenguaje.

El cuarto estaba muy obscuro, demasiado obscuro para poder observarle con alguita exactitud, aunque Scrooge, obediente a un impulso secreto, miraba a todos lados, ansioso por saber qué clase de habitación era aquélla. Una luz pálida, que llegaba del exterior, caía directamente sobre el lecho, en el cual yacía e1 cuerpo de aquel hombre despojado, robado, abandonado por todo el mundo, sin nadie que le velara y sin nadie que llorara por él.

Scrooge miró hacia el Fantasma, cuya rígida mano indicaba la cabeza del muerto. El paño qué la cubría hallábase puesto con tal descuido, que el más ligero movimiento, el de un dedo, habría descubierto la cara. Pensó Scrooge en ello, veía cuán fácil era hacerlo y sentía el deseo de hacerlo: pero tan poco poder tenía para quitar aquel velo como para arrojar de su lado al Espectro.

-¡Oh, fría. fría. rígida, espantosa muerte! ¡Levanta aquí tu altar y vístelo con todos los terrores de que dispones, pues estás en tu dominio! Pero cuando es una cabeza amada, respetada y honrada, no puedes hacer favorable a tus terribles designios un solo cabello ni hacer odiosa una de sus facciones. No es que la mano pierda su pesantez y no caiga al abandonarla; no es que el corazón y el pulso dejen de estar inmóviles: pero la mano fue abierta, generosa y leal; el corazón, bravo, ferviente y tierno; y el pulso. de un hombre. ¡Golpea, muerte, golpea! ¡Y mira las buenas acciones que brotan de la herida y caen en el mundo como simiente de vida inmortal!

Ninguna voz pronunció tales .palabras en los oídos de Scrooge, pero las oyó al mirar el lecho. Y pensó: "Si este hombre pudiera revivir, ¿cuáles serían sus pensamientos primitivos? ¿La avaricia, la dureza de corazón, la preocupación del dinero? ¿Tales cosas le han conducido, verdaderamente, a buen fin? Yace en esta casa desierta y sombría, donde no hay un hombre, una mujer o un niño que diga: "fue cariñoso para mí en esto o en aquello. y en recuerdo de una palabra amable seré cariñoso para él". Un gato arañaba la puerta. y bajo la piedra del hogar se oía un ruido de ratas que roían. ¿Qué iban a buscar en aquel cuarto fúnebre y por qué estaban tan inquietas y turbulentas? Scrooge no se atrevió a pensar en ello.

-¡Espíritu --dijo-, da miedo estar aquí! Al abandonar este lugar no olvidaré sus enseñanzas, os lo aseguro. ¡Vámonos!

El Espectro seguía mostrándole la cabeza del cadáver con su dedo inmóvil.

--Os comprendo -replicó Scrooge-, y lo haría si pudiera. Pero me es imposible, Espíritu, me es imposible.

El Espectro pareció mirarle de nuevo.

-Sí hay en la ciudad alguien a quien emocione la muerte de ese hombre -dijo Scrooge, agonizante-, mostradme esa persona, Espíritu, os lo suplico.

El Fantasma extendió un momento su sombría vestidura ante él, como un ala; después, volviendo a plegarla, mostróle una habitación alumbrada por la luz del día, donde estaba una madre con sus hijos.

Aguardaba a alguien con ansiosa inquietud, pues iba de un lado a otro por la habitación. se estremecía al menor ruido, miraba por la ventana, consultaba el reloj, trataba, pero inútilmente, de manejar la aguja, y no podía aguantar las voces de los niños en sus juegos.

Al fin se oyó en la puerta el golpe esperado tanto tiempo; se precipitó a la puerta y encontróse con su

marido, cuyo rostro estaba ajado y abatido por la preocupación, aunque era joven. En aquel momento mostraba una expresión notable: un placer triste que le causaba vergüenza y que se esforzaba en reprimir.

Sentóse para comer el almuerzo preparado para él junto al fuego, y cuando ella le preguntó débilmente qué noticias había (lo que no hizo sino después de un largo silencio). pareció cohibido de responder.

-¿Son buenas o malas? -dijo para ayudarle.

-Malas -respondió.

-¿Estamos completamente arruinados?

-No. Aun hay esperanzas, Carolina.

-Si se conmueve -dijo ella asombrada-, si tal milagro se realizara, no se habrían perdido las esperanzas.

-Ya no puede conmoverse -dijo el marido-, porque ha muerto.

Era aquella mujer una dulce y paciente criatura. a juzgar por su rostro; pero su alma se llenó de gratitud al oír aquello, y así lo expresó juntando las manos.

Un momento después pedía perdón a Dios y se mostraba afligida: pero el primer movimiento salió del corazón.

-Lo que me dijo aquella mujer medio ebria, de quien te hablé anoche, cuando intenté verle para obtener un plazo de una semana, y lo que creí un pretexto para no recibirme, es la pura verdad; no sólo estaba muy enfermo, sino agonizando.

-¿Y a quién se transmitirá nuestra deuda? -No lo sé. Pero antes de ese tiempo tendremos ya el dinero: y aunque no lo tuviéramos, sería tener muy mala suerte encontrar en su sucesor un acreedor tan implacable como él. ¡Esta noche podemos dormir `tranquilos, Carolina!

Sí. Sus corazones se sentían aliviados de un gran peso. Las caras de los niños. agrupados a su alrededor para oír lo que tan mal comprendían, brillaban más: la muerte de aquel hombre llevaba un poco de dicha a aquel hogar. La única emoción que el Espectro pudo mostrar a Scrooge con motivo de aquel suceso fue una emoción de placer.

-Espíritu, permitidme ver alguna ternura relacionada con la muerte --dijo Scrooge-: si no, la sombría habitación que abandonamos hace poco estará siempre en mi recuerdo.

El Fantasma le condujo a través de varías calles que le eran familiares: a medida que marchaban. Scrooge miraba a todas partes en busca de su propia imagen, pero en ningún sitio conseguía verla. Entraron en casa del pobre Bob Cratchít, la habitación que habían visitado anteriormente, y hallaron a la madre y a los niños sentados alrededor de la lumbre.

Tranquilos. Muy tranquilos. Los ruidosos Cratchit pequeños se hallaban en un rincón, quietos como estatuas, sentados y con la mirada fija en Pedro, que tenía un libro abierto delante de él. La madre y sus hijas se ocupaban en coser. Toda la familia estaba muy tranquila.

"Y tomó a un niño y le puso en medio de ellos." ¿Dónde había oído Scrooge aquellas palabras? No las había soñado. El niño debía de haberlas leído en voz alta cuando él y el Espíritu cruzaban el umbral. ¿Por qué no seguía la lectura?

La madre dejó su labor sobre la mesa y se cubrió la cara con las manos.

-El color de esta tela me hace daño en los ojos ---dijo.

¿El color? ¡Ah, pobre Tíny Tim!

-Ahora están mejor --dijo la mujer de Cratchit-. La luz artificial les perjudica, y por nada del mundo quisiera que cuando venga vuestro padre vea que tengo los ojos malos. Ya no debe tardar, a la hora que es.

-Ya ha pasado la hora ---contestó Pedro cerrando el libro-. Pero creo que hace unas cuantas noches anda algo más despacio que de costumbre, madre.

Volvieron a quedar en silencio. A1 fin dijo la madre con voz firme y alegre, que una sola vez se debilitó:

-Yo le he visto un día andar de prisa, muy de prisa, con... con Tíny Tím sobre los hombros.

-¡Y yo también? -gritó Pedro-. ¡Muchas veces?

-¿Y yo también? -exclamó otro. y luego, todos.

-Pero Tiny Tim era muy ligero de llevar -continuó la madre volviendo a su labor -y su padre le quería tanto, que no le molestaba, no le molestaba. Pero ya oigo a vuestro padre en la puerta.

Corrió a su encuentro. y el pequeño Bob entró con su bufanda -bien la necesitaba el pobre-. Su té se hallaba preparado junto a la lumbre y todos se precipitaron a servírselo. Entonces los dos Cratchit pequeños saltaron sobre sus rodillas y cada uno de ellos puso su carita en una de las mejillas del padre, como diciendo: "No pienses en ello. padre; no te apenes".

Bob se mostró muy alegre con ellos y tuvo para todos una palabra amable: miró la labor que había sobre la mesa y elogió la destreza y habilidad de la señora Cratchit y las niñas.

-Eso se terminará mucho antes del domingo -dijo.

-¡Domingo! ¿Has ido hoy allá, Roberto? -preguntó su mujer.

-Sí, querida -respondió Bob-. Me hubiera gustado que hubieseis podido venir. Os hubiera agradado ver qué verde está aquel sitio. Pero ya le veréis a menudo. Le he prometido que iré a pasear allí un domingo. ¡Pequeñito, nene mío! -gritó Bob-. ¡Pequeñito mío!

Estalló de pronto. No pudo remediarlo. Para qua pudiera remediarlo, habría sido preciso que no se sintiese tan cerca de su hijo.

Dejó la habitación y subió a la del piso de arriba, profusamente iluminada y adornada como en Navidad. Había una silla colocada junto a la cama del niño y se veían indicios de que alguien la había ocupado recientemente. El pobre Bob sentóse en. ella y, cuando se repuso algo y se tranquilizó, besó aquella carita. Sintióse resignado por lo sucedido y bajó de nuevo completamente feliz.

La familia rodeó la lumbre y empezó a charlar: las muchachas y la madre siguieron su labor. Bob les contó la extraordinaria benevolencia del sobrino de Scrooge, a quien apenas había visto una vez. y que al encontrarle aquel día en la calle, y viéndole un poco... "un poco abatido, ¿sabéis?", dijo Bob, se enteró de lo que le había sucedido para estar tan triste.

-En vista de lo cual --contínuó Bob-, ya que es el caballero más afable que se puede encontrar, se lo conté. "Estoy sinceramente apenado por lo que me contáis, señor. Cratchit", dijo, "por vos y por vuestra excelente mujer". Y a propósito, no sé cómo ha podido saber eso.

-¿Saber qué?

-Que eras una excelente mujer -contestó Bob. -Eso lo sabe todo el mundo -dijo Pedro. -¡Muy bien dicho, hijo mío! -exclamó Bob-. Espero que todo el mundo lo sepa. "Sinceramente apenado", dijo, "por vuestra excelente mujer. Sí puedo serviros en algo", continuó, dándome su tarjeta, "éste es mi domicilio. Os ruego que vayáis a verme." Bueno, pues, me ha encantado --exclamó Bob-, no por lo que está dispuesto a hacer en nuestro favor, sino por su benevolencia. Parecía que en realidad había conocido a nuestro Tiny Tim y se lamentaba con nosotros.

-Estoy segura de que tiene buen corazón -dijo la señora Cratchit.

-Más segura estarías de ello, querida --contestó Bob-, si le hubieras visto y le hubieras hablado. No, no me sorprendería nada, fíjate en lo que digo, que proporcionase a Pedro un empleo mejor.

-Oye esto, Pedro --dijo la señora Cratchit, -¡Y entonces -gritó una de las muchachas- Pedro buscará compañía y se establecerá por su cuenta! -¡Vete a paseo! -replicó Pedro haciendo una mueca.

-Eso puede ser y puede no ser --dijo Bob-, aunque hay mucho tiempo por delante, hijo mío. Pero, de cualquier modo y en cualquier época que nos separemos unos de otros, tengo la seguridad de que ninguno de nosotros olvidará al pobre Tíny Tim, ¿verdad?, ninguno olvidará esta primera separación.

-¿Nunca! -gritaron todos.

-Y yo sé -dijo Bob-, yo sé, hijos míos, que cuando recordemos cuán paciente y cuán dulce fue, aun siendo pequeño, pequeñito, no armaremos pendencias unos con otros, porque al hacerlo olvidaríamos al pobre Tiny Tim.

-¡No, padre; nunca! -volvieron a gritar todos.

-Soy muy feliz ---dijo el pequeño Bob-. ¡Soy muy feliz!

La señora Cratchit le besó, sus hijas le besaron, los dos Cratthít pequeños le besaron, y Pedro y él se dieron un apretón de manos. ¡Espíritu de Tiny Tim: tu esencia infantil provenía de Díos!

-Espectro --dijo Scrooge-, algo me dice que la hora de nuestra separación se acerca. Lo sé, pero no sé cómo se verificará. Decidme: ¿quién era aquel hombre que hemos visto yacer en su lecho de muerte?

El Espectro de la Navidad Futura le transportó, como antes -aunque en una época diferente, según pensó: verdaderamente, sus últimas visiones aparecían embrolladas, excepto la seguridad de que pertenecían al porvenir-, a los lugares en que se reunían los hombres de negocios, pero sin mostrarle su otro él. En verdad, el Espíritu no se detuvo para nada, sino que siguió adelante como para alcanzar el objetivo deseado, hasta que Scrooge le suplicó que se detuviera un momento.

-Esta callejuela que atravesamos ahora --dijo Scrooge- es el lugar donde desde hace mucho tiempo yo establecí el centro de mis acupaciones. Veo la casa. Permitidme contemplar lo que será en los días venideros.

El Espíritu se detuvo: su mano señalaba otro sitio.

-¡La casa está allá abajo! --exclamó Scrooge-. ¿Por qué me señaláis hacia otra parte?

El inexorable dedo no experimentó ningún cambio. Scrooge corrió a la ventana de su despacho y miró al interior. Seguía siendo un despacho, pero no el suyo. Los muebles no eran los mismos y la persona sentada en la butaca no era él. El Fantasma señalaba como anteriormente.

Scrooge volvió a unírsele, y sin comprender por qué no estaba él allí ni dónde habría ido, siguió al Espíritu hasta llegar a una verja de hierro. Antes de entrar se detuvo para mirar a su alrededor.

Un cementerio. Bajo la tierra yacían allí los infelices cuyo nombre iba a saber. Era un digno lugar, rodeado de casas, invadido por la hiedra y las plantas silvestres, antes muerte que vida de la vegetación, demasiado lleno de sepulturas, abonado hasta la exageración. ¡Un digno lugar!

El Espíritu, de pie en medio de las tumbas, indicó una. Scrooge avanzó hacia ella temblando. El Fantasma era exactamente como había sido hasta entonces. pero Scrooge tuvo miedo al notar un ligero cambio en su figura solemne.

-Antes de acercarme más a esa piedra que me enseñáis-le dijo-, respondedme a una pregunta: ¿Es todo eso la imagen de lo que será. o solamente la imagen de lo que puede ser?

El Espectro siguió señalando a la tumba junto a la cual se hallaba.

-Las resoluciones de los hombres simbolizan ciertos objetivos que, si perseveran, pueden alcanzar -dijo Scrooge-; pero si se apartan de ellas, los objetivos cambian. ¿Ocurre lo mismo con las cosas que me mostráis?

El Espíritu continuó inmóvil como siempre. Scrooge se arrastró hacia él, temblando al acercarse. y siguiendo la dirección del dedo, leyó sobre la piedra de la abandonada sepultura su propio nombre: Ebenezer Scrooge.

-¿Soy yo el hombre que yacía sobre el lecho? ---exclamó cayendo de rodillas.

El dedo se dirigió de la tumba a él y de él a la tumba.

-¡No, Espíritu! ¡Oh, no, no! El dedo seguía allí.

-¡Espíritu --gritó agarrándose a su vestidura-, escuchadme! Yo no soy ya el hombre que era; no seré ya el hombre que habría sido a no ser por vuestra intervención. ¿Por qué me mostráis todo eso, si he perdido toda esperanza?

Por primera vez la mano pareció moverse. -Buen Espíritu ---continuó, prosternado ante él, con la frente en la tierra-, vos intercederéis por mí y me compadeceréis. Aseguradme que puedo cambiar esas imágenes que me habéis mostrado, cambiando de vida.

La benévola mano tembló.

-Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré guardarla todo el año. Viviré en el pasado, en el presente y en el porvenir. Los espíritus de los tres no se apartarán de mí. No olvidaré sus lecciones. ¡Oh, decidme que puedo borrar lo escrito en esa piedra!

En su angustia asió la mano espectral, que intentó desasirse. pero su petición le daba fuerza, y la retuvo. El Espíritu, más fuerte aún. le rechazó.

Juntando las manos en una última súplica a fin de que cambiase su destino, Scrooge advirtió una alteración en la túnica con capucha del Fantasma, que se contrajo. se derrumbó y quedó convertido en una columna de cama.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Cuento de Navidad - Capítulo 3 - El segundo de los tres Espíritus

III- El segundo de los tres Espíritus

Despertó al dar un estrepitoso ronquido: e incorporándose en el lecho para coordinar sus pensamientos, no tuvo necesidad de que le advirtiesen que la campana estaba próxima a dar otra vez da una. Vuelto a la realidad, comprendió que era el momento crítico en que debía celebrar una conferencia con el segundo mensajero que se le enviaba por la intervención de Jacob Marley. Pero hallando muy desagradable el escalofrío que experimentaba en el lecho al preguntarse cuál de las cortinas separaría el nuevo espectro, las separaría con sus propias manos y, acostándose de nuevo, se constituyó en avisado centinela de lo que pudiera ocurrir alrededor de la cama, pues deseaba hacer frente al Espíritu en el momento de su aparición, y no ser asaltado por sorpresa y dejarse dominar por la emoción.

Así; pues, hallándose preparado para casi todo lo que pudiera ocurrir; no lo estaba de ninguna manera para el caso de que no ocurriera nada; y, por consiguiente, cuando la campana dio la una y Scrooge no vio aparecer ninguna sombra, fue presa de un violento temblor. Cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora transcurrieron y nada ocurría...

Durante todo este tiempo caían sobre el lecho los rayos de una luz rojiza que lanzó vivos destellos cuando el reloj dio la hora; pero, siendo una sola luz, era más alarmante que una docena de espectros, pues Scrooge se sentía impotente para descifrar cuál fuera su significado; y hubo momentos en que temió que se verificase un interesante caso de combustión espontánea, . sin tener el consuelo de saber de qué se trataba. No obstante, al fin empezó a pensar, como nos hubiera ocurrido en semejante caso a vosotros o a mí; al fin, digo, empezó a pensar que el manantial de la misteriosa luz sobrenatural podía hallarse en la habitación inmediata. de donde parecía proceder el resplandor. Esta idea se apoderó de su pensamiento, y suavemente se deslizó Scrooge con. sus zapatillas hacia la puerta.

En el preciso momento en que su mano se posaba en la cerradura, una voz extraña lo llamó por su nombre y le invitó a entrar. El obedeció.

Era su propia habitación. Acerca de esto no había la menor duda. Pero la estancia había sufrido una sorprendente transformación. Las paredes y el techo hallábanse de tal modo cubiertos de ramas y hojas, que parecía un perfecto boscaje, el cual por todas partes mostraba pequeños frutos que resplandecían. Las rizadas hojas de acebo, hiedra y muérdago reflejaban la luz. como si se hubieran esparcido multitud de pequeños espejos, y en la chimenea resplandecía una poderosa llamarada, alimentada por una cantidad de combustible desconocida en tiempo de Marley o de Scrooge y desde hacía muchos años y muchos inviernos. Amontonados sobre el suelo, formando una especie de trono, había pavos, gansos, piezas de caza, aves caseras, suculentos trozos de carne, cochinillos, largas salchichas, pasteles, barriles de ostras, encendidas castañas, sonrosadas manzanas, jugosas naranjas, brillantes peras y tazones llenos de ponche, que obscurecían la habitación con su delicioso vapor. Cómodamente sentado sobre este lecho se hallaba un alegre gigante de glorioso aspecto, que tenía una brillante antorcha de forma parecida al Cuerno de la Abundancia, y que la mantenía en alto para derramar su luz sobre Scrooge cuando éste llegó atisbando alrededor de la puerta.

-¡Entrad!- exclamó el Espectro-. ¡Entrad y conocedme mejor, hombre!

Scrooge penetró tímidamente e inclinó la cabeza ante el Espíritu. Ya no era el terco Scrooge que había sido, y aunque los ojos del Espíritu eran claros y benévolos, no le agradaba encontrarse con ellos.

-Soy el Espectro de la Navidad Presente -dijo el Espíritu-. ¡Miradme!

Scrooge le miró con todo respeto. Estaba vestido con una sencilla y larga túnica o manto verde, con vueltas de piel blanca. Esta vestidura colgaba sobre su figura con tal negligencia, que se veía el robusto pecho desnudo como si no se cuidara de mostrarlo ni de ocultarlo con ningún artificio. Sus pies, que se veían por debajo de los amplios pliegues de la vestidura, también estaban desnudos. y sobre la cabeza no llevaba otra cosa que una corona de acebo, sembrada de pedacitos de hielo. Sus negros rizos eran abundantes y sueltos, tan agradables como su rostro alegre, su mirada viva, su mano abierta, su armoniosa voz, su desenvoltura y su simpático aspecto. Ceñida a la cintura llevaba una antigua vaina de espada; pero en ella no había arma ninguna y la antigua vaina se hallaba mohosa.

-¿Nunca hasta ahora habéis visto nada que se me parezca? -exclamó el Espíritu.

-Nunca- contestó Scrooge.

-¿Nunca habéis paseado en compañía de los más jóvenes miembros de mi familia, quiero decir (pues yo soy muy joven) de mis hermanos mayores nacidos en estos últimos años? -prosiguió el Fantasma.

-Me parece que no -dijo Scrooge-. Temo que no. ¿Habéis tenido muchos hermanos, Espíritu?

-Más de mil ochocientos -dijo el Espectro. -Una tremenda familia a quien atender -murmuró Scrooge.

El Espectro de la Navidad Presente se levantó.

-Espíritu -dijo Scrooge con sumisión-, llevadme a donde queráis. La última noche tuve que salir de casa a la fuerza y aprendí una lección que ahora hace su efecto. Esta noche, si tenéis que enseñarme alguna cosa, permitidme que saque provecho de ella.

-¡Tocad mi vestido!

Scrooge lo tocó apretándolo con firmeza.

Acebo, muérdago, rojos frutos, hiedra, pavos, gansos, caza. aves. carne, cochinillos, salchichas, ostras, pasteles y ponche, todo se desvaneció instantáneamente. Lo mismo ocurrió con la habitación, el fuego, la rojiza brillantez, la noche, y ellos halláronse en la mañana de Navidad y en las calles de la ciudad, donde (como el tiempo era crudo) muchas personas producían una especie de música ruda, pero alegre y no desagradable, al arrancar la nieve del pavimento en la parte correspondiente a sus domicilios y de los tejados de las casas, lo que producía una alegría loca en los muchachos al ver cómo se amontonaba cayendo sobre el piso y a veces se deshacía en el aire, produciendo pequeñas tempestades de nieve.

Las fachadas de las casas parecían negras y más negras aún las ventanas, contrastando con la tersa y blanca sábana de nieve que cubría los tejados y con la nieve más sucia que se extendía por el suelo y que había sido hollada en profundos surcos por las pesadas ruedas de carros y camiones; surcos que se cruzaban y se volvían a cruzar unos a otros, cientos de veces, en las bifurcaciones de las calles amplias, y formaban intrincados canales, difíciles de trazar, en el espeso fango amarillo y en el agua llena de hielo. El cielo estaba sombrío y las calles más estrechas se hallaban ahogadas por la obscura niebla, medio deshelada, medio glacial, cuyas partículas más pesadas descendían en una llovizna de átomos fuliginosos, como si todas las chimeneas de la Gran Bretaña se hubieran incendiado a la vez y estuvieran lanzándose el contenido de sus hogares. Nada de alegre había en el clima de la ciudad, y, sin embargo, notábase un aire de júbilo que el más diáfano aire estival y el más brillante sol del estío en vano habrían intentado difundir.

En efecto, los que maniobraban con las palas en lo alto de los edificios estaban animosos y llenos de alegría; Ilamábanse unos a otros desde los parapetos y de vez en cuando se disparaban bromeando una bola de nieve -proyectil mucho más inofensivo que muchas bromas verbales-, riendo cordialmente si daba en el blanco Y no menos cordialmente si fallaba la puntería.

Las tiendas en que se vendían aves estaban todavía entreabiertas y las fruterías radiantes de esplendor. Había grandes, redondas y panzudas cestas de castañas, cuya figura se asemejaba a los chalecos de los ancianos gastrónomos, recostadas en las puertas y tumbadas en la calle con su opulencia apoplética. Había rojizas, morenas y anchas cebollas de España, brillando en la gordura de su desarrollo. como frailes españoles, y haciendo guiños en sus bazares, con socarronería retozona a las muchachas que pasaban por su lado y mirando humildemente al muérdago que colgaba en lo alto. Había peras y manzanas formando altas pirámides apetitosas: había racimos de uvas, que la benevolencia de los fruteros había colgado de magníficos ganchos para que las bocas de los transeúntes pudieran hacerse agua al pasar; había montones de avellanas, mohosas y obscuras, cuya fragancia hacía recordar antiguo9 paseos por en medio de bosques y agradables marchas hundiendo los pies hasta los tobillos en hojas marchitas: había naranjas y limones, que en la gran densidad de sus cuerpos jugosos pedían con urgencia ser llevados a casa en bolsas de papel y comidos después del almuerzo, y había pescados de oro y de plata.

¿Pues y las tiendas de comestibles? ¡Oh, las tiendas de comestibles! Estaban próximas a cerrar, con las puertas entornadas; pero a través de las rendijas daba gusto mirar. No era solamente que los platillos de la balanza produjesen un agradable sonido al caer sobre el mostrador. ni que el bramante se separase del carrete con viveza, ni que las cajas metálicas resonasen arriba y abajo como objetos de prestidigitación, ni que los olores mezclados del té y del café fuesen muy agradables al olfato, ni que las pasas fuesen abundantes y raras, las almendras exageradamente blancas; las tiras de canela largas y rectas, delicadas las otras especias, las frutas confitadas, envueltas en azúcar fundido, capaces de excitar el apetito y dar envidia a los más fríos espectadores. No era tampoco que los higos se mostrasen húmedos y carnosos, ni que las ciruelas francesas enrojeciesen con alguna acritud en sus cajas adornadas, ni que todo excitase el apetito en su aderezo de Navidad, sino que las parroquianas se apresuraban con tal afán en la esperanzada promesa del día, que se empujaban unas a otras a la puerta, haciendo estallar toscamente los cestos de mimbre, y dejaban los portamonedas sobre el mostrador y volvían corriendo a buscarlos, cometiendo cientos de equivocaciones semejantes, con el mejor humor posible; mientras el tendero y sus dependientes se mostraban tan serviciales y tan fogosos, que se comprendía fácilmente que los corazones que latían detrás de los mandiles no se regocijaban sólo por hacer buenas ventas, sino por el júbilo que les producía la Navidad.

Pero pronto las campanas llamaron a las gentes a la iglesia o la capilla, y todos acudieron luciendo por las calles sus mejores vestidos y con la alegría en los rostros, y al mismo tiempo desembocaron por todas las calles, callejuelas y recodos incontables personas que llevaban sus comidas a las tahonas, para ponerlas en el horno. La vista de aquellas pobres gentes de buen humor pareció interesar muchísimo al Espíritu, pues permaneció detrás de Scrooge a la puerta de una tahona, y levantando las tapaderas de las cazuelas, conforme pasaban por su lado los que las llevaban, rociaba las comidas con el incienso de su antorcha, que era verdaderamente extraordinaria, pues una o dos veces que se cruzaron palabras airadas entre algunos portadores de comidas por haberse empujado mutuamente, el Espíritu derramó sobre ellos algunas gotas de líquido procedente de la antorcha, e inmediatamente recobraron su buen humor, pues decían que era una vergüenza disputar el día de Navidad. ¿Y nada más puesto en razón, Señor?

Cesaron de tocar las campanas y los tahoneros cerraron; y, sin embargo, era de admirar cómo desaparecía, por efecto de la confección de aquellas comidas, la mancha de humedad que coronaba todos los hornos, cuyo pavimento echaba humo como si estuvieran asándose hasta sus piedras.

-¿Hay algún aroma peculiar en el líquido de vuestra antorcha con el que rociáis? -preguntó Scrooge.

-Sí. El mío.

-¿Ejerce influencia sobre las comidas en este día? -preguntó Scrooge.

-En todas, sobre todo en las de los pobres. -¿Por qué sobre todo en las de los pobres? preguntó Scrooge.

-Porque son los que más lo necesitan. -Espíritu -dijo Scrooge, después de reflexionar un momento-. me admira que, de todos los seres que viven en este mundo que habitamos, sólo vos deseéis limitar a estas gentes las ocasiones que se les ofrecen de inocente alegría.

-¿Yo? -gritó el Espíritu.

-Sí, porque les priváis de trabajar cada siete días, con frecuencia el único día en que pueden decir verdaderamente que comen. INo es cierto? -díjo Scrooge.

-¡Yo! -gritó el Espíritu.

-Procuráis que cierren los hornos el Séptimo Día -dijo Scrooge-. Y es la misma cosa.

-¿Yo? -exclamó el Espíritu.

-Perdonadme si estoy equivocado. Se hace en vuestro nombre, o, por lo menos, en nombre de vuestra familia -dijo Scrooge.

-Hay algunos seres sobre la tierra -replicó el Espíritu- que pretenden conocernos, y que realizan sus acciones de pasión, orgullo, malevolencia, odio, envidia, santurronería y egoísmo en nuestro nombre, y que son tan extraños para nosotros y para todo lo que con nosotros se relaciona, como sí nunca hubieran vivido. Acordaos de ello y cargad la responsabilidad sobre ellos y no sobre nosotros.

Scrooge prometió lo que el Espíritu le pedía, y siguieron adelante, invisibles como habían sido antes, hacia los suburbios de la ciudad. Era una notable cualidad del Espectro (que Scrooge había observado a la puerta del tahonero) que, a pesar de su talla gigantesca, podía amoldarse a cualquier sitio con comodidad, y que, como un ser sobrenatural, se hallaba en cualquier habitación baja de techo tan cómodamente como podía haber estado en un salón de elevadísimas paredes.

Y ya fuese por el placer que el buen Espíritu experimentaba al mostrar este poder suyo, ya por su naturaleza amable, generosa y cordial y su simpatía por los pobres, condujo a Scrooge derechamente a casa del dependiente de éste, pues allá fue, en efecto, llevando a Scrooge adherido a su vestidura. A1 llegar al umbral, sonrió el Espíritu y se detuvo para bendecir la morada de Bob Cratchit con las salpicaduras de su antorcha. Bob sólo cobraba quince Bob semanales: cada sábado sólo embolsaba quince ejemplares de su nombre, y. sin embargo, el Espectro de la Navidad Presente no dejó por ello de bendecir su morada, que se componía de cuatro piezas.

Entonces se levantó la señora Cratchit, esposa de Cratchit, vestida pobremente con una bata a la cual había dado ya dos vueltas, pero llena de cintas que no valdrían más de seis peniques. y en aquel momento estaba poniendo la mesa, ayudada por Belinda Cratchit, la segunda de sus hijas. también adornada con cintas, mientras master Pedro Cratchit hundía un tenedor en una cacerola de patatas, llegándole a la boca las puntas de un monstruoso cuello planchado (que pertenecía a Bob y que se lo había cedido a su hijo y heredero para celebrar la festividad del día), gozoso al hallarse tan elegantemente adornado y orgulloso de poder mostrar su figura en los jardines de moda. De pronto entraron llorando dos Cratchit más pequeños: varón y hembra, diciendo a gritos que desde la puerta de la tahona habían sentido el olor del ganso y habían conocido que era el suyo; y pensando en la comida, estos pequeños Cratchít se pusieron a bailar alrededor de la mesa y exaltaron hasta los cielos a master Pedro Cratchit, mientras él (sin orgullo, aunque faltaba poco para que le ahogase el cuello) soplaba la lumbre hasta que las patatas estuvieron cocidas y en dísposición de ser apartadas y peladas.

-¿Dónde estará vuestro padre? -dijo la señora Cratchit-. ¿Y vuestro hermano Tiny Tìm? ¿Y Marta. que el año pasado, el día de Navidad. estaba aquí hace ya media hora?

-¡Aquí está Mazta, mamá! --dijo una muchacha. entrando al mismo tiempo que hablaba. -¡Aquí está Marta. mamá! -gritaron los dos Cratchit pequeños-. ¡Viva! ¡Tenemos un ganso, Marta!

-¿Pero, hija mía, cuánto has tardado? --dijo la señora Cratchit, besándola una docena de veces y quitándole et velo y el sombrero con sus propias manos, solícitamente.

-He tenido que terminar una labor para tener libre la mañana, mamá ---replicó ta muchacha. -Bueno; es que nunca creí que vinieses tan tarde. Acércate a la lumbre, hija mía, y caliéntate. ¡Díos te bendiga!

-¡No, no! ¡Ya viene papá! --.gritaron los dos pequeños Cratchit, que danzaban de un lado para otro-. ¡Escóndete. Marta, escóndete!

Escondióse Marta y entró Bob, el padre, con la bufanda colgándole lo menos tres pies por la parte anterior, y su traje muy usado, pero limpio y zurcido, de modo que presentaba un aspecto muy favorable. Traía sobre los hombros a Tiny Tim. ¡Pobre Tiny Tim! Tenía que llevar una pequeña muleta y los miembros sostenidos por un aparato metálico.

-¿Dónde está Marta? -gritó Bob Cratchit. mirando a su alrededor.

-No ha venido -dijo la señora Cratchit. -¡No ha venido! -dijo Bob, con una repentina desilusión en su entusiasmo, pues había sido el caballo de Tim al recorrer todo el camino desde la iglesia y había llegado a casa dando saltos-. ¡No haber venido. siendo el día de Navidad!

A Marta no le agradó ver a su padre desilusionado a causa de una broma, y salió prematuramente de detrás de la puerta, echándose en sus brazos, mientras los dos pequeños Cratchit empujaron a Tíny Tim y le llevaron a la cocina, para que oyese cantar el pudding en la cacerola.

-¿Y cómo se ha portado Tíny Tim? -preguntó la señora Cratchít, después de burlarse de la credulidad de Bob y cuando éste hubo estrechado a su hija contra su corazón.

-Muy bien -dijo Bob-, muy bien. Se ha hecho algo pensativo y se le ocurren las más extrañas cosas que ha oído. A1 venir a casa me decía que quería que la gente le viese en la iglesia, porque él era un inválido, y sería muy agradable para todos recordar el día de Navidad al que había hecho andar a los cojos y había dado vista a los ciegos.

La voz de Bob era temblorosa al decir eso y tembló más cuando dijo que Tiny Tim crecía en fuerza y vigor.

Oyóse su activa muleta sobre el pavimento, y antes de que se oyera una palabra más, reapareció Tiny Tim escoltado por su hermano y su hermana, que le llevaron a su taburete junto a la lumbre. Mientras Bob, remangándose los puños -¡pobrecíllo!, como si fuese posible estropearlos más -, confeccionaba una mixtura con ginebra y limón y la agitaba una y otra vez, colocándola después en el antehogar para que cociese a fuego lento, master Pedro y los dos ubicuos Cratchit pequeños fueron en busca del ganso, con el cual aparecieron en seguida en solemne procesión:

Tal bullicio se produjo entonces, que creyérase al ganso la más rara de todas las aves, un fenómeno con plumas, ante el cual fuese cosa corriente un cisne negro, y en verdad que en aquella casa era ciertamente extraordinario. La señora Cratchit calentó la salsa (ya preparada en una cacerolita) ; master Pedro mojó las patatas con vigor increíble; la señorita Belinda endulzó la salsa de manzanas; Marta quitó el polvo a la vajilla; Bob sentó a Tíny Tim a su lado en una esquina de la mesa; los dos pequeños Cratchit pusieron sillas para todos, sin olvidarse de ellos mismos, y montando la guardia en sus puestos. se metieron la cuchara en la boca, para no gritar pidiendo el ganso antes de que llegara el momento de servirlo. Por fin se pusieron los platos, y se dijo una oración, a la que siguió una pausa, durante la cual no se oía respirar, cuando la señora Cratchit, examinando el trinchante, se disponía a hundirlo en la pechuga; pero cuando lo hizo y salió del interior del ganso un borbotón de relleno, un murmullo de placer se alzó alrededor de la mesa, y hasta Tíny Tim, animado por los pequeños Cratchit, golpeó en la mesa con el mango de su cuchillo y gritó débilmente: -¡Viva!

Nunca se vio ganso como aquél. Bob dijo que jamás creyó que pudiera existir un manjar tan delicioso. Su blandura y su aroma, su tamaño y su baratura fueron los temas de la admiración general; y añadiéndole la salsa de manzanas y las patatas deshechas, constituyó comida suficiente para toda la familia; en efecto, como la señora Cratchit dijo (al observar que había quedado un hueseçillo en el plato), no habían podido comérselo todo. Sin embargo, todos quedaron satisfechos, particularmente los Cratchit más pequeños, que tenían salsa hasta en las cejas. La señorita Belinda cambió los platos y la señora Cratchit salió del comedor muy nerviosa porque no quería que la viesen ir en busca del .pudding.

Entonces los comensales supusieron toda clase de horrores: que no estuviera todavía bastante hecho; que se rompiera al llevarlo a la mesa; que alguien hubiera escalado la pared del patio y lo hubiera robado, mientras estaban entusiasmados con el ganso... Ante esta suposición los dos pequeños Cratchit se pusieron pálidos.

¡Atención! ¡Una gran cantidad de vapor! El pastel estaba ya fuera del molde. Un olor a tela mojada. Era el paño que lo envolvía. Un olor apetitoso, que hacía recordar al fondista. al pastelero de la casa de al lado y a la planchadora. ¡Era el pudding!. A1 medio minuto entró la señora Cratchit con el rostro encendido, -pero sonriendo orgullosamente- con el pudding, que parecía una bala de cañón. duro y macizo, lanzando las llamas que producía la vigésima parte de media copa de aguardiente inflamado, y embellecido con una rama del árbol de Navidad clavada en la cúspide.

¡Oh, admirable pudding! Bob Ccatchit dijo con toda seriedad que lo estimaba como el éxito más grande conseguido por la señora Cratchit desde que se casaron. La señora Cratchit dijo que no podía calcular lo que pesaba el pudding, y confesó que había tenido sus dudas acerca de la cantidad de harina. Todos tuvieron algo que decir respecto de él, pero ninguno dijo (ni lo pensó siquiera) que era un pudding pequeño para una familia tan numerosa. Ello habría sido una gran herejía. Los Cratchit hubiéranse ruborizado de insinuar semejante cosa.

Por fin se terminó la comida, alzóse el mantel, se limpió el hogar y se encendió fuego; y después de beber en el jarro el ponche confeccionado por Bob, y que se consideró excelente, pusiéronse sobre la mesa manzanas y naranjas y una pala llena de castañas sobre la lumbre. Después, toda la familia Cratchit se colocó alrededor del hogar, formando lo que Bob llamaba un círculo, queriendo decir semicírculo; y cerca de él se colocó toda la cristalería: dos vasos y una flanera sin mango.

No obstante, tales vasijas servían para beber el caliente ponche, tan bien como habrían servido copas de oro, y Bob lo sirvió con los ojos resplandecientes, mientras las castañas sobre la lumbre crujían y estallaban ruidosamente. Entonces Bob brindó:

-¡Felices Pascuas para todos nosotros, hijos míos, y que Díos nos bendiga!

Lo cual repitió toda la familia..

-¡Que Dios nos bendiga! -dijo Tiny Tim, el último de todos.

Estaba sentado, arrimadito a su padre, en su taburete. Bob puso la débil manecita del niño en la suya, con todo cariño, deseando retenerle junto a sí, como temiendo que se lo pudiesen arrebatar.

-Espíritu -dijo Scrooge, con un interés que nunca había sentido hasta entonces-. Decidme si Tiny Tim vivirá.

-Veo un asiento vacante -replicó el Espectro en la esquina del pobre hogar y una muleta sin dueño, cuidadosamente preservada. Si tales sombras permanecen inalteradas por el futuro, el niño morirá.

-¡No, no! --dijo Scrooge-. ¡Oh, no, Espíritu amable! Decid que se evitará esa muerte.

-Si tales sombras permanecen inalteradas por el futuro, ningún otro de mi raza -replicó el Espectro le encontrará aquí. ¿Y qué? Si él muere, hará bien, porque así disminuirá el exceso de población.

Scrooge bajó la cabeza al oír sus propias palabras, repetidas por el Espíritu, y se sintió abrumado por el arrepentimiento y el pesar.

-Hombre -dijo el Espectro-, si sois hombre de corazón y no de piedra, prescindid de esa malvada hipocresía hasta que hayáis descubierto cuál es el exceso y dónde está. ¿Vais a decir cuáles hombres deben vivir y cuáles hombres deben morir? Quizás a los ojos de Dios vos sois más indigno y menos merecedor de vivir que millones de niños como el de ese pobre hombre. ¡Oh, Dios? ¡Oír al insecto sobre la hoja decidir acerca de la vida de sus hermanos hambrientos!

Scrooge se inclinó ante la reprensión del Espíritu y, tembloroso, bajó la vista hacia el suelo. Pero la levantó rápidamente al oír pronunciar su nombré.

-¡El señor Scrooge! -dijo Bob-. ¡Brindemos por el señor Scrooge, que nos ha procurado esta fiesta! -En verdad que nos ha procurado esta fiesta- exclamó la señora Cratchit, sofocada-. Quisiera tenerle delante para que la celebrase, y estoy segura de que se le iba a abrir el apetito.

-¡Querida -dijo Bob-, los niños! Es el día de Navidad.

-Es preciso, en efecto, que sea el día de Navidad -dijo ella-, para beber a la salud de un hombre tan odioso, tan avaro, tan duro, tan insensible, como el señor Scrooge.. Ya le conoces, Roberto. Nadie le conoce mejor que tú, pobrecillo.

-Querida -fue la dulce respuesta de Bob-. Es el día de Navidad.

-Beberé a su salud por ti y por ser el día que es -dijo la señora Cratchit-, no por él. ¡Qué viva muchos años! ¡Que tenga Felices Pascuas y Feliz Año Nuevo! ¡El vivirá muy alegre y muy feliz, sin duda alguna!

Los niños brindaron también. Fue de todo lo que hicieron lo único que no tuvo cordialidad. Tiny Tím brindó el último de todos, pero sin poner la menor atención. Scrooge era el ogro de la familia. La sola mención de su nombre arrojó sobre los reunidos una sombra obscura, que no se disipó sino después de cinco minutos.

Pasada aquella impresión, estuvieron diez veces más alegres que antes, al sentirse aliviados del maleficio causado por el nombre de Scrooge. Bob Cratchit les contó que tenía en perspectiva una colocación para master Pedro, que podría proporcionarle, si la conseguía, cinco chelines y seis peniques semanales. Los dos pequeños Cratchít rieron atrozmente ante la idea de ver a Pedro hecho un hombre de negocios, y el mismo Pedro miró pensativamente al fuego, sacando la cabeza entre las dos puntas del cuello, como si reflexionara sobre la notable investidura de que gozaría cuando llegase a percibir aquel enorme ingreso. Marta, que era una pobre aprendiza en un taller de modista, les contó la clase de labor que tenía que hacer y cómo algunos días trabajaba muchas horas seguidas. Dijo que al día siguiente pensaba levantarse tarde de la cama, pues era un día festivo que iba a pasar en casa. Contó que hacía pocos días había visto a una condesa con un lord y que el lord era casi tan alto como Pedro, y éste, al oírlo, se alzó tanto el cuello, que, si hubierais estado presentes, no habríais podido verle la cabeza. Durante: todo este tiempo no cesaron de comer castañas y beber ponche, y de aquí a poco escucharon una canción referente a un niño perdido que caminaba por la nieve, cantada por Tiny Tim, que tenía una quejumbrosa vocecita, y la cantó muy bien, ciertamente.

Nada había de aristocrático en aquella familia. Sus individuos no eran hermosos, no estaban bien vestidos, sus zapatos hallábanse muy lejos de ser impermeables, sus ropas eran escasas, y Pedro conocería muy probablemente el interior de las prenderías. Pero eran dichosos, agradables, se querían mutuamente y estaban contentos con su suerte; y cuando ya se desvanecían ante Scrooge, pareciendo más felices a los brillantes destellos da la antorcha del Espíritu al partir, Scrooge los miró atentamente, sobre todo a Tinp Tim, de quien no apartó la mirada hasta el último instante.

Mientras tanto, había anochecido y nevaba copiosamente; y conforme Scrooge y el Espíritu recorrían las calles, la claridad de la lumbre en las cocinas, en los comedores y en toda clase de habitaciones era admirable. Aquí, el temblor de la llama mostraba los preparativos de una gran comida familiar, con fuentes que trasladaban de una parte a otra junto a la lumbre, y espesas cortinas rojas, prontas a caer para ahuyentar el frío y la obscuridad. Allá, todos los niños de la casa salían corriendo sobre la nieve al encuentro de sus hermanas casadas, de sus hermanos, de sus primos; de sus tíos, de sus tías, para ser los primeros en saludarles. En otra parte, veíanse en la ventana las sombras de los comensales reunidos; y más allá, un grupo de hermosas muchachas, todas con caperuzas y con botas de abrigo y charlando todas a la vez, marchaban alegremente a alguna casa cercana. ¡Infeliz del soltero (las astutas hechiceras bien lo sabían) , que entonces las hubiera visto entrar, con la tez encendida por el frío!

Si hubierais juzgado por el número de personas que iban a reunirse con sus amigos, habríais pensado que no quedaba nadie en las casas para recibirlas cuando llegasen, aunque ocurría lo contrario: en todas las casas se esperaban visitas y se preparaba el combustible en la chimenea. ¡Cuán satisfecho estaba el Espectro! ¡Cómo desnudaba la amplitud de su pecho y abría su espaciosa mano, derramando con generosidad su luciente y sana alegría sobre todo cuanto se hallaba a su alcance! El mismo farolero, que corría delante de él salpicando las sombrías calles con puntos de luz, y que iba vestido como para pasar la noche en alguna parte, se echó a reír a carcajadas cuando pasó el Espíritu por su lado, aunque fácilmente se adivinaba que el farolero ignoraba que su compañero del momento era la Navidad en persona.

De pronto, sin una palabra de advertencia por parte del Espectro, halláronse en una fría y desierta región pantanosa. en la que había derrumbadas monstruosas masas de piedra, como si fuera un cementerio de gigantes: el agua se derramaba por dondequiera, es decir, se habría derramado, a no ser por la escarcha que la aprisionaba, y nada había crecido sino el moho, la retama y una áspera hierba. En la concavidad del Oeste, el sol poniente había dejado una ardiente franja roja que fulguró sobre aquella desolación durante un momento, como un ojo sombrío que, tras el párpado, fuese bajando, bajando, bajando, hasta perderse en las densas tinieblas de la obscura noche.

-¿Qué sitio es éste? -preguntó Scrooge. -Un sitio donde viven los mineros, que trabajan en las entrañas de la tierra --contestó el Espíritu-. Pero me conocen. ¡Mirad!

Brillaba una luz en la ventana de una choza y rápidamente se dirigieron hacía ella. Pasando a través de la pared de piedra y barro, hallaron una alegre reunión alrededor de un fuego resplandeciente , un hombre muy viejo y su mujer, con sus hijos y los hijos de sus hijos y parientes de otra generación más, todos con alegres adornos en su atavío de fiesta. El anciano, con una voz que rara vez se distinguía entre los rugidos del viento sobre la desolada región, entonaba una canción de Navidad, que ya era una vieja canción cuando él era un muchacho, y de vez en cuando todos los demás se le unían al coro. Cuando ellos levantaban sus voces, el anciano hacía lo mismo y sentíase con nuevo vigor, y cuando ellos se detenían en el canto, el vigor del anciano decaía de nuevo.

El Espíritu no se detuvo allí, sino que dejó a Scrooge que se agarrase a su vestidura y, cruzando sobre la región pantanosa, se dirigió... ¿adónde? ¿No sería al mar? Pues, sí, al mar. Horrorizado, Scxooge vio que se acababa la tierra y contempló una espantosa serie de rocas detrás de ellos, y ensordeció sus oídos el fragor del agua, que rodaba y rugía y se encrespaba entre medrosas cavernas abiertas por ella y furiosamente trataba de socavar la tierra.

Edificado sobre un lúgubre arrecife de las escarpadas rocas, próximamente a una legua de la orilla, y sobre el cual se lanzaban las aguas irritadas durante todo el año, se erguía un faro solitario. Grandes cantidades de algas colgaban hasta su base, y pájaros de las tormentas -nacidos del viento, se puede suponer, como las algas nacen del agua- subían y bajaban en torno de él como las olas que ellos rozaban con las alas.

Pero aun allí, dos hombres que cuidaban del faro habían encendido una hoguera que, a través de la tronera abierta en el espeso muro de piedra, lanzaba un rayo de luz resplandeciente sobre el mar terrible. Los dos hombres, estrechándose las callosas manos por encima de la tosca mesa a la cual hallábanse sentados, se deseaban mutuamente Felices Pascuas al beber su jarro de ponche, y uno de ellos, el más viejo, que tenía la cara curtida y destrozada por los temporales como pudiera estarlo el mascarón de proa de un barco viejo, rompió en una robusta canción, semejante al cantar del viento.

De nuevo siguió adelante el Espectro, por encima del negro y agitado mar -adelante, adelante-, hasta que, hallándose muy lejos, según dijo a Scrooge, de todas las orillas, descendieron sobre un buque. Colocáronse tan pronto junto al timonel, que estaba en su puesto, tan pronto junto al vigía en la proa, o junto a los oficiales de guardia, obscuras y fantásticas figuras en sus varias posiciones; pero todos ellos tarareaban una canción de Navidad o tenían un pensamiento propio de Navidad. o hablaban en voz baja a su compañero de algún día de Navidad ya pasado, con recuerdos del hogar referentes a él. Y todos cuantos se hallaban a bordo, despiertos o dormidos, buenos o malos, habían tenido para los demás una palabra más cariñosa aquel día que otro cualquiera del año, y habían tratado extensamente de aquella festividad, y habían recordado a las personas queridas a través de la distancia y habían sabido que ellas tenían un placer en . recordarlos.

Sorprendióse grandemente Scrooge mientras escuchaba el bramido del viento y pensaba qué solemnidad tiene su movimiento a través de la aislada obscuridad sobre un ignorado abismo, cuyas honduras son secretos tan profundos como la muerte; sorprendíóse grandemente Scrooge cuando, reflexionando así, oyó una estruendosa carcajada. Pero se sorprendió mucho más al reconocer que aquella risa era de su sobrino, y al encontrarse en una habitación clara, seca y luminosa, con el Espíritu sonriendo a su lado y mirando a su propio sobrino con aprobadora afabilidad.

-¡Ja, ja! -rió el sobrino de Scrooge-. ¡Ja, ja, ja!

Si por una inverosímil probabilidad sucediera que conocieseis un hombre de risa más sana que et sobrino de Scrooge, me agradaría mucho conocerle. Presentadme a él y cultivaré su amistad.

Es cosa admirable, demostradora del exacto mecanismo de las cosas, que así como hay contagio en la enfermedad y en la tristeza, no hay nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor. Cuando el sobrino de Scrooge se echó a reír de esta manera, sujetándose las caderas, dando vueltas a la cabeza y haciendo muecas, con las más extravagantes contorsiones, la sobrina de Scrooge, sobrina política, se echó a reír tan cordialmente como él. Y los amigos que se hallaban con ellos también rieron ruidosamente.

-¡Ja, ja! ¡Ja, ja, ja!

-¡Dijo que la Navidad era una patraña, como tengo que morirme! -gritó el sobrino de Scrooge-. ¡Y lo creía!

-¡Qué vergüenza para él! -dijo la sobrina de Scrooge, indignada.

Era muy linda, extraordinariamente linda, de cara agradable y cándida, de sazonada boquita, que parecía hecha para ser besada, como lo era, sin duda; con toda clase de hermosos hoyuelos en la barbilla, que se mezclaban unos con otros cuando se reía, y con los dos ojos más esplendorosos que jamás habéis visto en una cabecita humana. Era enteramente lo que habrían llamado provocativa, pero intachable. ¡Oh, perfectamente intachable!

-Es un individuo cómico -dijo el sobrino de Scrooge-; eso es verdad, y no tan agradable como debiera ser. Sin embargo, sus deectos llevan el castigo de ellos mismos, y yo no tengo nada que decir contra él.

-Sé que es muy rico, Fred -insinuó la sobrina de Scrooge-. A1 menos siempre me has dicho que lo era.

-¿Y qué, amada mía? -dijo el sobrino-. Su riqueza es inútil para él. No hace nada bueno con ella. No se procura comodidades con ella. No ha tenido la satisfacción de pensar -¡ja, ja, ja!- que va a beneficiarnos con ella.

-Me falta la paciencia con él -indicó la sobrina de Scrooge. Las hermanas de la sobrina de Scrooge y todas las demás señoras expresaron la misma opinión.

-¡Oh! -dijo. el sobrino de Scrooge-. Yo lo siento por él. No puedo irritarme contra él aunque quiera. ¿Quién sufre con sus genialidades? Siempre él. Se le ha metido en la cabeza no complacernos y no quiere venir a comer con nosotros. ¿Cuál es la consecuencia? Es verdad que perder una mala comida no es perder mucho.

-Pues yo creo que ha perdido una buena comida -interrumpió la sobrina de Scrooge. Todos los demás dijeron lo mismo, y se les debía considerar como jueces competentes, porque en aquel momento acababan de comerla; los postres estaban ya sobre la mesa, y todos habíanse reunido alrededor de la lumbre.

-¿Bueno! Me alegra mucho oírlo -dijo el sobrino de Scrooge-, porque no tengo mucha confianza en estas jóvenes amas de casa. ¿Qué opinas, Topper?

Topper tenía francamente fijos los ojos en una de las hermanas de la sobrina de Scrooge, y contestó que un soltero era un infeliz paria que no tenía derecho a emitir su opinión respecto del asunto; y en seguida la hermana de la sobrina de Scrooge -la regordeta, con el camisolín de encaje, no la de las rosas- se ruborizó.

-Continúa, Fred -dijo la sobrina de Scrooge, palmoteando-. Ese nunca termina lo que empieza a decir. ¡Es un muchacho ridículo!

E1 sobrino de Scrooge soltó otra carcajada, y como era imposible evitar el contagio, aunque la hermana regordeta trató con dificultad de hacerlo, oliendo vinagre aromático, el ejemplo de él fue seguido unánimemente.

-Solamente iba a decir -continuó el sobrino de Scrooge- que la consecuencia de disgustarse con nosotros y no divertirse con nosotros es, según creo, que pierde algunos momentos agradables que no le habrían perjudicado. Estoy seguro de que pierde más agradables compañeros que los que puede encontrar en sus propios pensamientos, en su viejísimo despacho o en sus polvorientas habitaciones. Me propongo darle igual ocasión todos los años, le agrade o no le agrade, porque le compadezco. Que se burle de la Navidad hasta que se muera; pero no puede menos de pensar mejor de ella, le desafío, si se encuentra conmigo de buen humor, año tras año, diciéndole: "Tío Scrooge, ¿cómo estáis?" Si sólo eso le hace dejar a su pobre dependiente cincuenta libras, ya es algo; y creo que ayer le conmoví.

A1 oír que había conmovido a Scrooge, rieron los demás. Pero como Fred tenía corazón sencillo y no se preocupaba mucho del motivo de la risa con tal de ver alegres a los demás, el sobrino de Scrooge les animó a divertirse, haciendo circular la botella alegremente.

Después del té hubo un poco de música, pues formaban una familia de músicos, y os aseguro que eran entendidos. especialmente Topper, que hizo sonar el bajo como los buenos, sin que se le hincharan las venas de la frente ni se le pusiera roja la cara. La sobrina de Scrooge tocó bien el arpa, y entre otras piezas tocó un aria sencilla (una nonada; aprenderíais a tararearla en dos minutos), que había sido la canción favorita de la niña, que sacó Scrooge de la escuela, como recordó el Espectro de la Navidad Pasada. Cuando sonó aquella música, todas las cosas que el Espectro habíale mostrado se agolparon a la imaginación de Scrooge; se enterneció más y más, y pensó que si hubiera escuchado aquello con frecuencia años antes, podía haber cultivado la bondad de la vida con sus propias manos para su felicidad, sin recurrir a la azada del sepulturero que enterró a Jacob Marley.

Pero no dedicaron toda la noche a la música. Al poco rato jugaron a las prendas, pues es bueno sentirse niños algunas veces, y nunca mejor que en Navidad, cuando su mismo poderoso fundador era un niño. ¿Basta? Luego se jugó a la gallina ciega, y, sin duda, alguien parecía no ver. Y tan pronto creo que Topper estaba realmente ciego, como creo que tenía ojos hasta en las botas. Mi opinión es que había acuerdo entre él y el sobrino de Scrooge, y que el Espectro de la Navidad Presente lo sabía. Su proceder respecto a la hermana regordeta, la del camisolín de encaje. era un ultraje a la credulidad de la naturaleza humana. Dando puntapiés a los utensilios del hogar, tropezando con las sillas, chocando contra el piano, metiendo la cabeza entre los cortinones, adondequiera que fuese ella, siempre ocurría lo mismo. Siempre sabía dónde estaba la hermana regordeta. Nunca cogía a otra cualquiera. Si os hubierais puesto delante de él (como hicieron algunos de ellos) con intención, habría fingido que iba a apoderarse de vosotros, lo cual habría sido una afrenta para vuestra comprensión, e instantáneamente se habría ladeado en dirección de la hermana regordeta. A menudo gritaba ella que eso no estaba bien, y realmente no lo estaba. Pero cuando por fin la cogió; cuando, a pesar de todos los crujidos de la seda y de los rápidos revoloteos de ella para huir, consiguió alcanzarla en un rincón donde no tenía escape, entonces su conducta fue verdaderamente execrable. Porque, con el pretexto de no conocerla, juzgó necesario tocar su cofia y además asegurarse de su identidad oprimiendo cierto anillo que tenía en un dedo y cierta cadena que le rodeaba el cuello; ¡todo eso era vil, monstruoso! Sin duda ella le dijo su opinión respecto de ello, pues cuando le correspondió a otro ser el ciego, ambos se hallaban contándose sus confidencias detrás de un cortinón.

La sobrina de Scrooge no tomaba parte en el ,juego de la gallina ciega; permanecía sentada en una butaca con un taburete a los pies en un cómodo rincón de la estancia, donde el Espectro y Scrooge estaban en pie detrás de ella; pero participaba en el juego de prendas, y era de admirar particularmente en el juego de ¿cómo os gusta?, combinación amorosa con todas las letras del alfabeto, y la misma habilidad demostró en el de ¿cómo, dónde y cuándo?, y, con gran alegría interior del sobrino de Scrooge, derrotaba completamente a todas sus hermanas, aunque éstas no eran tontas, como hubiera podido deciros Topper. Habría allí veinte personas, jóvenes y viejos; pero todos jugaban, y lo mismo hizo Scrooge, quien. olvídando enteramente (tanto se interesaba por aquella escena) que su voz no sonaba en los oídos de nadie, decía en alta voz las palabras que había que adivinar, y muy a menudo acertaba, pues la aguja más afilada, la mejor Whitechapel, con la garantía de no cortar el hilo, no era más aguda que Scrooge, aunque le conviniera aparecer obtuso ante el mundo.

Al Espectro le agradaba verle de tan buen humor, y le miró con tal benevolencia, que Scrooge le suplicó, como lo hubiera hecho un niño, que se quedase allí, hasta que se fuesen los convidados. Pero el Espíritu le dijo que no era posible.

-He aquí un nuevo juego -dijo Scrooge-. ¡Media hora, Espíritu, sólo media hora!

Era un juego llamado sí y no, en el cual el sobrino de Scrooge debía pensar una cosa y los demás adivinar lo que pensaba, contestando a sus preguntas solamente sí o no, según el caso. El vivo juego de preguntas a que estaba expuesto le hizo decir que pensaba en un animal, en un animal viviente, más bien un animal desagradable, un animal salvaje, un animal que unas veces rugía y gruñía y otras veces hablaba, que vivía en Londres y se paseaba por las calles, que no se enseñaba por dinero, que nadie le conducía, que no vivía en una casa de fieras, que nunca se llevaba al matadero, y que no era un caballo, ni un asno, ni una vaca, ni un toro, ni un tigre, ni un perro. ni un cerdo, ni un gato, ni un oso. A cada nueva pregunta que se le dirigía, el sobrino soltaba una nueva carcajada, y llegó a tal extremo su júbilo, que se vio obligado a dejar el sofá y echarse en el suelo. Al fin, la hermana regordeta, presa también de una risa loca, exclamó:

-¡He dado con ello! ¿Ya sé lo que es, Fred! ¡Ya sé lo que es!

-¿Qué es? -preguntó Fred.

-¿Es vuestro tío Scro-o-o-ge!

Eso era, efectivamente. La admiración fue el sentimiento general, aunque algunos hicieron notar que la respuesta a la pregunta "¿Es un oso?" debió ser "Sí", tanto más cuanto que una respuesta negativa bastó para apartar sus pensamientos de Scrooge, suponiendo que se hubiera dirigido a él desde luego.

-Ha contribuido en gran manera a divertirnos- dijo Fred- y seríamos ingratos si no bebiéramos a su salud. Y puesto que todos tenemos en la mano un vaso de ponche con vino. yo digo: ¡Por el tío Scrooge!

-¡Bien! ¿Por el tío Scrooge! -exclamaron todos.

-¡Felices Pascuas y feliz Año Nuevo al viejo, sea lo que fuere! -dijo el sobrino de Scrooge-. No aceptaría él tal felicitación saliendo de mis labios, pero que la reciba, sin embargo. ¡Por el tío Scrooge!

E1 tío Scrooge habíase dejado poco a poco conquistar de tal modo por el júbilo general, y sentía tan ligero su corazón, que hubiera correspondido al brindis de la reunión, aunque ésta no podía advertir su presencia, dándole las gracias , en un discurso que nadie habría oído, si el Espectro le hubiera dado tiempo. Pero toda la escena desapareció con el sonido de la última palabra pronunciada por su sobrino, y Scrooge y el Espíritu continuaron su viaje.

Vieron muchos países, fueron muy lejos y visitaron muchos hogares, y siempre con feliz resultado. El Espíritu se colocaba junto al lecho de los enfermos; y ellos se sentían dichosos: si visitaba a los que se hallaban en país extranjero, creíanse en su patria; si a los que luchaban contra la suerte, sentíanse resignados y llenos de esperanza; si se acercaba a los pobres, se imaginaban ricos. En las casas de caridad, en los hospitales, en las cárceles, en todos los refugios de la miseria, donde el hombre, orgulloso de su efímera autoridad. no había podido prohibir la entrada y cerrar la puerta, al Espíritu dejaba su bendición e instruía a Scrooge en sus preceptos.

Fue una larga noche, si es que todo aquello sucedió en una sola noche; pero Scrooge dudó de ello, porque le parecía que se habían condensado varias Navidades en el espacio de tiempo que pasaron juntos. Era extraño, sin embargo, que mientras Scrooge no experimentaba modificación en su forma exterior, el Espectro se hacía más viejo, visiblemente más viejo. Scrooge había advertido tal cambio, pero nunca dijo nada, hasta que al salir de una reunión infantil donde se celebraban los Reyes, mirando al Espíritu cuando se hallaban solos, notó que sus cabellos eran grises.

-¡Es tan corta la vida de los Espíritus? -preguntó Scrooge.

-Mi vida sobre este globo es muy corta -replicó el Espectro-. Esta noche termina.

-¡Esta noche! --gritó Scrooge.

-Esta noche, a las doce. ¡Escuchad! La hora se acerca.

En aquel momento las campanas daban las once y tres cuartos.

-Perdonadme sí soy indiscreto al hacer tal pregunta -dijo Scrooge. mirando atentamente la túnica del Espíritu-, pero veo algo extraño, que no os pertenece saliendo por debajo de vuestro vestido. ¿Es un pie o una garra?

-Pudiera ser una garra. a juzgar por la carne que hay encima -contestó con tristeza el Espíritu-. ¡Mirad!

De los pliegues de su túnica hizo salir dos niños miserables, abyectos, espantosos, horribles, repugnantes. que cayeron de rodillas a sus pies y se agarraron a su vestidura.

-¡Oh, hombre! ¡Mira, mira, mira a tus pies! exclamó el Espectro.

Eran un niño y una niña, amarillos. flacos, cubiertos de harapos. ceñudos, feroces, pero postrados, sin embargo, en su abyeccíón. Cuando una graciosa juventud habría debido llenar sus mejillas y extender sobre su tez los más frescos colores, una mano marchita y desecada, como la del tiempo, las había arrugado, enflaquecido y decolorado. Donde los ángeles habrían debido reinar, los demonios se ocultaban para lanzar miradas amenazadoras. Ningún cambio, ninguna degradación, ninguna perversión de la humanidad, en ningún grado, a través de todos los misterios de la admirable creación, ha producido, ni con mucho, monstruos tan horribles y. espantosos.

Scrooge retrocedió, pálido de terror. Teniendo en cuenta quien se los mostraba, intentó decir que eran niños hermosos; pero las palabras se detuvieron en su garganta antes que contribuir a una mentira de tan enorme magnitud.

-Espíritu, ¿son hijos vuestros? -Scrooge no pudo decir más.

--Son los hijos de los hombres -contestó el Espíritu, mirándolos-. Y se acogen a mí para reclamar contra sus padres. Este niño es la Ignorancia. Esta niña es la Miseria. Guardaos de ambos y de toda su descendencia. pero sobre todo del niño, pues en su frente veo escrita la sentencia, hasta que lo escrito sea borrado. ¡Niégalo! -gritó el Espíritu, extendiendo una mano hacia la ciudad-. ¡Calumnia a los que te lo dicen! Eso favorecerá tus designios abominables. ¡Pero el fin llegará!

-¿No tienen ningún refugio ni recurso? -exclamó Scrooge.

-¿No hay cárceles? -dijo el Espíritu, devolviéndole por última vez sus propias palabras-. ¿No hay casas de corrección?

La campana dio las doce.

Scrooge miró a su alrededor en busca del Espectro, y ya no le vio. Cuando la última campanada dejó de vibrar, recordó la predicción del viejo Jacob Marley, y, alzando los ojos, vio un fantasma de aspecto solemne, vestido con una túnica con capucha y que iba hacia él deslizándose sobre la tierra como se desliza la bruma.